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UNSAM- 04-04-2017 -
  Nota publicada por: UNSAM el 04-04-2017

Nota de origen:
Maíces nativos, para la autonomía indígena
Enviada por: FAUBA , el 07-10-2015

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Un proyecto de la cátedra de Genética de la Facultad de Agronomía de la UBA tiene como objetivo recuperar formas tradicionales de producir maíz y mejorar las semillas a partir de la interacción con pequeños productores, a los que se busca devolverles autonomía.
Por Vanina Lombardi
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Agencia TSS – A través de un proyecto de mejoramiento participativo impulsado desde la cátedra de Genética de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA), se busca recuperar formas tradicionales de producir y mejorar semillas y, a la vez, de devolverles autonomía a los pequeños productores. Con ese fin eligieron material genético de maíz tipo Flint –histórico en el país y con un valor comercial un poco más elevado, pero con un rendimiento algo menor– y seleccionaron a un grupo de agricultores familiares de la región pampeana bonaerense, quienes ya se comprometieron a trabajar en conjunto con profesionales de la universidad.

Si bien en la FAUBA ya existía un programa de mejoramiento de maíz híbrido, este programa apunta específicamente al trabajo con los productores. “Queremos que desarrollen esos materiales –las semillas de maíz mejoradas– y que en la selección haya un proceso de ida y vuelta entre ellos y los mejoradores”, dice Gustavo Schrauf, profesor asociado a cargo de la Cátedra de Genética de la FAUBA, y destaca que el objetivo es “darles más libertad a productores que tienen poca capacidad de negociación con las empresas y que sean ellos mismos los multiplicadores, ya que en maíz está muy desarrollado el híbrido, lo que hace que, de alguna manera, el productor dependa del semillero y tenga que comprar las semillas”.

Durante las últimas décadas creció la venta de lo que se conoce como variedades híbridas de maíz, que son desarrolladas por empresas semilleras que se dedican al mejoramiento de estos insumos, también conocidos como germoplasma. Según un análisis desarrollado por profesionales del INTA Cuyo, en base al Registro Nacional de Cultivares (RNC) del Instituto Nacional de Semillas (INASE), a fines de 2015 se contabilizaban 81 cultivares híbridos de maíz choclo, de los cuales 69 eran de origen extranjero y, de los 11 nacionales, solo uno correspondía al ámbito público, por lo que el resto pertenecía a empresas privadas.
La tarea de recolección y catalogación realizada por el profesor e investigador Julián Cámara Hernández permitió conservar más de 30 razas de maíz.

“Los semilleros han invertido mucho en mejoramiento y por eso el rendimiento del maíz ha mejorado, pero eso vino de la mano del agregado de fertilizantes y un paquete tecnológico que trae muchos beneficios a las empresas que se han desarrollado detrás de ese paquete, mientras que el productor ha quedado cada vez con más dependencia de esas empresas y sin capacidad para tomar decisiones”, dice Schrauf y reflexiona: “Tal vez el país se benefició porque produce más, pero también se contamina más y se usan más agroquímicos, y desconocemos cuáles son los efectos acumulativos de esa forma de producir que parecería ser la única. Sin embargo, tenemos otras maneras de producir, que si se hubieran desarrollado más o se hubiera invertido en ellas tanto como en la otra, tal vez hoy rendirían lo mismo”.

En busca de conocer mejor esas formas alternativas de producción, junto con un equipo conformado por una decena de estudiantes y docentes comenzaron este programa de mejoramiento que, entre otros proyectos, busca multiplicar lo que se conoce como líneas de maíz.

“El programa de mejoramiento de la FAUBA se inició con la empresa Agar Cross, que posteriormente fue comprada por una multinacional, que suspendió el programa y nos pidió que quemáramos los materiales. Aunque no logró evitarlo, quien estaba a cargo pudo hacer un convenio con Federación Agraria para continuarlo, pero más tarde esta también tuvo problemas irrecuperables y el programa se interrumpió”, lamenta Schrauf y recuerda que, para reabrirlo, nombraron a su antiguo director (que se había jubilado) como docente y se pusieron en contacto con productores que querían material independiente para multiplicarlo.

“Creemos que el trabajo interactivo le da un motor especial a este proyecto, porque le da su propio material al productor”, subraya Schrauf y continúa: “Trabajamos en una universidad sostenida por la sociedad, que debería devolver algo de lo que recibe. Nuestro motor no es el lucro sino el beneficio de la sociedad, algo que choca cuando se compite con alguien que sí busca el lucro, porque tiene otras reglas que muchas veces nos limitan en la generación de esos beneficios para la sociedad”.
“En maíz está muy desarrollado el híbrido, lo que hace que, de alguna manera, el productor dependa del semillero y tenga que comprar las semillas”, dice Schrauf.

De la semilla a la cocina

Actualmente, este programa participativo con productores familiares de la región pampeana está en su etapa inicial. Pero no es el único. La cátedra de genética de FAUBA hace al menos siete años que trabaja en mejoramiento de maíz –incluso con híbridos– y se ha sumado a diversos programas de extensión, como uno que comenzó en 2011 con una comunidad Qom, que ha permitido recuperar no solo variedades tradicionalmente utilizadas por esa comunidad originaria sino también algunas de sus técnicas productivas.

En esa oportunidad, representantes de una comunidad Qom se acercaron a la universidad en busca de ayuda y recibieron semillas de maíz del programa de mejoramiento, que habían sido recolectadas por el profesor e investigador Julián Cámara Hernández, que se dedicó a recolectar y conservar ejemplares de los pueblos originarios pero no tenía capacidad de multiplicarlos. Esta tarea permitió conservar más de 30 razas de maíz y contribuyó a formar una colección de semillas que hoy se encuentran en el banco de germoplasma del INTA Pergamino, y su trabajo fue tan valioso que inspiró la producción de un documental que la FAUBA espera estrenar durante la segunda mitad de este año.

Con semillas donadas por ese centro, esta comunidad Qom pudo recuperar el maíz que consumían sus abuelos y también recuperó comidas tradicionales cuyas recetas también corrían el riesgo de quedar en el olvido. Y del trabajo con la comunidad, los docentes y estudiantes de FAUBA también pudieron aprender técnicas de producción ancestrales. “La primera vez que fuimos vimos que no habían cosechado el maíz y que todas las plantas estaban quebradas con la mazorca hacia abajo. Se trata de un manejo de conservación que tienen muchos pueblos originarios, que ignorábamos”, dice Schrauf. Y concluye: “De ese modo, evitan que le entre agua al maíz y lo pudra, porque si cosechan todo y lo ponen a un lado es muy atractivo para ratas y cualquier animal, y como no tienen capacidad para controlarlo, lo dejan en la planta, adonde tiene más chances de sobrevivir”.