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José Zarco construyó su propio paraíso arriba de los cerros: Un agrónomo que se especializó en mejorar el paisaje con materiales del mismo paisaje
En Traslasierra, subiendo por el camino cordobés del Pedemonte que comunica a San Javier con el Rodeo de Piedra -y que de allí baja a Los Molles-, se llega a la parte alta de Achiras. Desde allí se contempla un paisaje en 360 grados, porque uno gira ...
 

 
Bichos de Campo 25-10-2021 - Esteban “El Colorado” López En Traslasierra, subiendo por el camino cordobés del Pedemonte que comunica a San Javier con el Rodeo de Piedra -y que de allí baja a Los Molles-, se llega a la parte alta de Achiras. Desde allí se contempla un paisaje en 360 grados, porque uno gira sobre sí mismo y queda deslumbrado por el cerro Champaquí y hacia el otro extremo, por el gran valle, y al fondo, las sierras de San Luis.

Pero además sorprende en esa mirada que la mano del hombre haya levantado casas y una ramada, mimetizadas con el paisaje. Y un viñedo experimental de altura, para lo cual hubo que perforar el suelo de piedra. Inmediatamente, semejante obra tan bella, remonta al espectador a preguntarse por su autor, que necesariamente debe ser alguien muy especial.

Aparece entonces un ingeniero agrónomo llamado José Zarco. De aspecto gringo, ojos azules y gran porte, conversador y bien criollo, el hombre. Personaje que a cualquiera que llega, lo trata como si lo conociera de toda la vida. La ramada -explica él mismo, señalándola- es el espacio del rancho donde el fuego está siempre encendido, con la intención de mantener la pava lista para unos buenos mates o disponer un guiso bien `pulsudo`, y con rescoldo necesario para cocinar un poco de masa con chicharrones, y por qué no, una buena guitarreada.

Una parrilla grande, hornos de barro, una pequeña bodega. Todo ha sido dispuesto por José, para el encuentro de las personas en la forma ritual de una peña, donde no falte el vino, el asado, un locro, empanadas y alguien que se llegue a cantar. José será el contador de historias del lugar y de su vida andariega.

Todo ha sido dispuesto como un santuario para rendir culto a la amistad. Es que José logró su sueño de construir su propio paraíso, sin pensar en hacer negocio sino en compartir con quien quiera pasar. Prueba de ello es que si uno quisiera quedarse a dormir una noche, él no ha pensado en hacer cabañas para huéspedes, por ahora. Pero le puede recomendar lindas casas de amigos vecinos, que se alquilan. Él mismo vive en Achiras abajo, muy cerca.

Mirá la entrevista completa con José Zarco:

El ingeniero agrónomo José Zarco nació en La Carlota, Córdoba, pero se crió en el campo, sencillo y de alpargatas. De joven anduvo de yerra en yerra y luego de recibido trabajó durante muchos años para grandes empresas agropecuarias, hasta que un día decidió hacer un cambio de vida.

Conoció Traslasierra y lo cautivó la belleza del paisaje, que además era muy virgen, donde habría mucho por hacer. Es que él aún conservaba mucha energía, seguía siendo un soñador y los aires de ese gran valle invadieron sus ojos con miles de oportunidades y promesas. En 2008 se compró una casa en Achiras abajo. Y como le gustaba lo rústico, todo lo viejo que manifiesta otro tiempo, otro modo de hacer y de vivir, más artesanal y hecho para que durara para siempre, se montó un aserradero. Y comenzó a comprar todo lo que estaba abandonado en los campos, rezagos ferroviarios, durmientes de quebracho, y comenzó a reciclar y recrear mesadas, barras, pisos, cielorrasos, puertas, mobiliario, que exhalan historia. Hasta hoy les prepara y vende a arquitectos para decorar, con estilo, casas y hoteles.

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En su paraíso de Achiras arriba, José también se puso a levantar paredes con piedra, adobe y horcones, sin plomada ni nivel, tratando de conservar y eternizar el modo sencillo de construcción de los antiguos pobladores. “Es que cuando llegué pude conocer otro tiempo, otro modo de vida, cuando los lugareños bajaban del cerro a caballo, los fines de semana con una guitarra, al rancho de los Escudero, que era como la peña Balderrama, de Salta, en sus orígenes, vea”.

“Conocí allí a la abuela Clelia que tenía una banda de hijos, nietos y sobrinos. Ella les transmitió la pasión por la música en la enrramada que aún se conserva, con una mandolina. Y le salieron todos guitarreros, poetas y cantores. Esta gente fue la que abrió los primeros caminos por los montes bien cerrados. Por eso Mario y Eduardo, el chulco, compusieron `Callejones oscuros`, `Cocina de la abuela Clelia`, `Bello Amanecer`, `Lustrando las alpargatas`.

Semejante anfitrión, en el año 2017, se cruzó en la vida con una mujer de su misma talla, la servicial enóloga, Elina Gaido, que había ido a trabajar en la zona. Se amañaron, como dicen en el norte, y comenzaron a entreverar sus sueños. Fue así que ella lo embarcó en el titánico montaje de un viñedo de diferentes cepas y de la pequeña bodega, en esa chacra de Achiras arriba.

“Es un loco, apenas sale el sol, él ya está haciendo algo manual, o plantando vides o creando una puerta con maderas antiguas, o levantando paredes de adobe, o soldando, o yéndose a los remates a comprar algún arado viejo”, dice, con una mano en la frente. José contrata a unos trabajadores criollos, que los admira, no sólo porque son fuertes como el quebracho, sino por su cultura. Y graba sus conversaciones, sus tonadas. “Es que ellos siempre están gozando de la vida –asegura- con frío o calor, en las buenas y en las malas”. Por eso le encanta agasajarlos con un buen asado y compartir con ellos el pan y la sobremesa.

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Como el viñedo iba a necesitar agua todo el año y no tenían luz eléctrica, prefirieron apostar a lo autosustentable. “Hicimos una perforación de 120 metros en la roca maciza. Hallamos agua a los 63 metros. Fuimos hasta los 90, con encamisado, y bajamos la bomba solar -de 3 HP, trifásica, que tira 6000 litros por hora- hasta los 87 metros. Luego pusimos paneles solares, todo con la precaución de no quedarnos cortos, sino al contrario, pusimos de más, a tal punto que hasta podemos soldar y usar martillo demoledor”, explica José.

Elina lo embarcó en rescatar antiguos viñedos que dejaron abandonados los pobladores que habitaron cerro arriba. Los trasplantaron y han destinado una parte del viñedo a estas antiguas cepas criollas. Como Elina asesora a muchos viñedos nuevos de la región, puede invitar a degustar vinos muy diversos y sobre todo, a quienes pretendieran concretar el sueño del viñedo propio, darles clases prácticas en ese lugar, haciéndoles probar posibles cepas de malbec, pinot noir con personalidad tras-serrana o chuncana.

José ya había encendido un fuego abrazador y comenzó a contar: “Conocí a un personaje que había sido gaucho desde sus diez años y bueno como pocos. De nómade, se apareció en las estancias de La Carlota, allá por los años `70. Y en los asados, el vino lo embriagaba en relatos increíbles. El petiso Isidro Fernández era de los pagos de Monte Grande, criado entro los perros, un clon del `Sargento García`. Un rayo le mató a su madre cuando ella estaba ordeñando a una vaca, a unos metros de él. Y ese petiso nos contaba…”

Y mientras José nos hacía viajar en el tiempo, a infinito paisajes, Elina nos servía una copa con un vino lleno de futuro.
 

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