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Rosita Dellafiore pasó las mil y una para poder vivir en su chacra de Laboulaye: Pero allí es feliz y sus ovejas le transmiten paz
Rosita Dellafiore nació en Laboulaye, Córdoba, y se crió en el campo porque proviene de familia de agricultores y ganaderos. Cuando cumplió 8 años la llevaron a vivir a la ciudad a hacer sus estudios primarios y secundarios. Se quedó allí y comenzó a ...
 

 
Bichos de Campo 04-10-2021 - Esteban “El Colorado” López Rosita Dellafiore nació en Laboulaye, Córdoba, y se crió en el campo porque proviene de familia de agricultores y ganaderos. Cuando cumplió 8 años la llevaron a vivir a la ciudad a hacer sus estudios primarios y secundarios. Se quedó allí y comenzó a trabajar de administrativa. Pero cuando cumplió 28 decidió trabajar para sí misma y no para otros, independizarse. Además de volver a sus raíces emprendiendo algo propio en la chacra de su familia.

El establecimiento de 126 hectáreas no tenía nombre. Todos decían “Vamos a la chacra del `Chico` Dellafiore”, su padre. Ella tomó 15 hectáreas y le puso “La Nueva Chacra”. Está ubicada en el kilómetro 510 de la Ruta 7. En ese tiempo conoció al que luego fuera padre de sus dos hijas y se casó. Juntos decidieron emprender la cría de cerdos. Ella se ocupaba de las tareas livianas y él de las más rudas. Llegó a tener 80 madres, lo que representa unos 400 animales entre lechones, cerdas y capones. Pasó cinco años criando cerdos hasta que su matrimonio llegó a su fin.

“Después de que me separé, como necesitaba capacitarme en la parte reproductiva, inseminación, extraer semen, atender los partos, me fui a aprender a Vicuña Mackenna”, dice. Pero como estaba sola con el emprendimiento, y sus hijas ya iban a empezar la escuela en la ciudad, se dio cuenta de que no iba a poder disponer del mismo tiempo. Entonces comenzó a pensar en cambiar de emprendimiento por algo que implicara menos mano de obra y, de paso, con costos más bajos.

Averiguando, se enteró de la “Ley Ovina” –aún vigente-, por la que el Estado otorga créditos blandos a quienes quieran invertir en la cría de ovejas. “Te dan dos años de gracia y a devolver en cinco años, sin interés. Me asesoré con contadores, veterinarios e ingenieros agrónomos y en 2015 presenté mi proyecto para comprar 100 animales, hacer pasturas y montar algunas instalaciones”.

“Tenés que tratar de no equivocarte, explicar con qué contás y cómo vas a desarrollar tu emprendimiento, como negocio. Al año me aprobaron y al fin cambié los cerdos por ovejas de la raza Hampshire down, netamente carnicera. No me arrepiento, porque con ellas todo es más fácil, son más limpias y me transmiten paz”, relata.

Con el dinero que pidió, , como había inflación, cuando se lo otorgaron apenas pudo comprar 60 animales. “De todos modos me sirvió y hoy me declaro una agradecida de la ley ovina”, explica Rosita, con una sonrisa. “Pero suspendí el proyecto de las pasturas y compré rollos, porque los campos se podían inundar. Adapté las instalaciones de los cerdos por ovejas y empecé nomás”.

La etapa de criadora de cerdos le ocupó 11 largos años a Rosita. Eso implicaba que en toda la región la conocían como tal, y ahora debía cambiar su imagen: “Se me ocurrió presentarme en la Rural de Laboulaye, donde pedí que me dejaran organizar la parte ovina y me aceptaron la propuesta. Así lo hice durante 5 años hasta que vino la pandemia. Pero gracias a ello, hoy soy la referente ovina del sur de Córdoba”, cuenta con orgullo.

En su campo ya se han hecho dos jornadas de trabajo. Se mantiene en contacto permanente con el INTA. De la Universidad de Río Cuarto han ido a hacer prácticas. Recibe cabañeros. Luego de la cuarentena reconoce que no le gustan los remates virtuales porque se pierde el clima afectivo y festivo del encuentro, las mateadas, la charla amena y directa.

Rosita hoy tiene 120 ovinos y reconoce que recién hace dos años ha comenzado a ver los frutos después tanto sacrificio. Agradece a su gran referente, el ingeniero agrónomo, Néstor Franz, especialista en ovinos: “Yo le comento toda la situación y él siempre está atento a todos los detalles”, dice.

Rosita lleva dos años vendiendo corderos faenados y borregas para madres. “Tengo a un hombre que nos ayuda y mis dos hijas –Guadalupe, de 16, y Georgina, de 14- me ayudan los fines de semana, porque están estudiando. Pero ya atienden una parición, hacen el descole, saben alimentar y dentro de poco ya van a saber todo lo que yo aprendí. A ellas les gusta la actividad rural y ganadera, pero noto que no es común hoy en las chicas de su edad, porque sus profesores me cuentan de la pasión con que hablan de sus ovejas. Y cuando viene el veterinario, ellas se plantan a mi lado para aprender”, cuenta feliz, Rosita.

“En el campo, siempre se está aprendiendo, y nunca se puede aplicar una idea a todos por igual. Yo, a todos los que vienen, les `exprimo` su sapiencia. Y parte de mi felicidad está en compartir con los demás todo lo que tanto me costó aprender. Además, mis padres me enseñaron que una persona que trabaja conmigo no es ni más ni menos que yo, de modo que comparto mi mesa con ellos. Y le pongo un ejemplo: unos esquiladores me pidieron quedarse a dormir en el galpón y les dije que no. Les di una casita que tenemos para huéspedes”, alecciona Rosita.

Pero la vida en el campo no es toda de color rosa. Sufrió inundaciones y llegó a ver su campo bajo el agua, incluso con su criadero de cerdos. En otra ocasión pasó una cola de un tornado y le arrancó medio galpón, muchas plantas, de todo. En 2017 perdió 24 ovejas y 8 corderos porque le entraron unos perros, que no eran salvajes, pero que les da por lastimar a las ovejas, según parece, por instinto, ya que no fue por hambre, explica Rosita apenada.

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Y siguió: “Entonces, para proteger a mis majadas pensé en comprar perros de raza `Pastor Maremmano-Abrucense` -que viven con ellas- pero no me alcanzaba el dinero. Contacté a unos criadores de Tandil con los que hice amistad. Y al tiempo me dijeron que me regalaban uno. Un gesto inolvidable”.

Rosita me contó que colaboró en la filmación de “Curapaligüe, memorias del desierto”, de Ricardo Martinelli, y aparece en una escena cabalgando con su familia. Ella lleva más de 20 años desde que regresó al campo y hoy sueña con tener su pequeña cabaña de Hampshire down. Para eso debe seguir mejorando la calidad de sus animales y capacitarse más en el manejo. Por ahora le compra los reproductores a La Manfrina.

Recapacita que a pesar de todo lo que sufrió nunca pensó en abandonar la vida en el campo. “Me doblé, pero nunca me quebré”, asegura antes de despedirse con la siguiente anécdota: “Yo soy muy devota. Cuando cumplí 40 años en vez de gastar plata en una fiesta decidí construir un templete en honor a San Expedito en la entrada de la ciudad, y cada vez se junta más gente.

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“Y le cuento otra: Don Santo Jaime fue el último empleado de mi papá. Su hijo, Víctor, me vino a decir que había hecho la promesa de traerme una imagen de la Virgen de Luján, desde su Basílica, en bicicleta. Y como soy fan de Horacio Guarany, pasó por la casa de él, Plumas Verdes –cuando vivía- le sacó una foto junto a la imagen y me la trajo. Armé una ermita en la entrada del campo y puse la Virgen con esa foto. Así es que les quiero regalar ´Si se calla el cantor´, de y por Horacio Guarany”.
 

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