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Algunos apuntes sobre la temporada de langostino
Lo primero que se me ocurre decir es gracias a la naturaleza por su exuberancia y destacar que no siempre honramos ese privilegio. Desde lo biológico y las medidas políticas de acceso al recurso, no habría mayores objeciones que hacer a excepción del ...
 

 
Revista Puerto 22-09-2021 - Guillermo Nahum Lo primero que se me ocurre decir es gracias a la naturaleza por su exuberancia y destacar que no siempre honramos ese privilegio. Desde lo biológico y las medidas políticas de acceso al recurso, no habría mayores objeciones que hacer a excepción del exceso de flota.

Pero el panorama se torna distinto, muy distinto, si analizamos lo que hemos hecho como industria pesquera con el aprovechamiento del recurso langostino al que, con el devenir de los años, estamos convirtiéndolo de un producto premium a una simple commodity de valor muy inferior al que supo tener.

Es cierto y positivo que en el medio se incorporaron a la industria miles de trabajadores de planta, tan cierto como que no siempre el pescado llega en óptimas condiciones de ser manipulado en tierra. Y es en ese punto donde surgen evidentes las limitaciones de una autoridad de aplicación que se muestra impotente y cómplice al momento de encauzar a un sector armatorial que opera con notable desprecio sobre el recurso.

El problema se centra en parte de la flota fresquera que opera en aguas nacionales; nadie en su sano juicio podría objetar los parámetros de calidad con que operan los tangoneros congeladores en invierno, ni los fresqueros de flota amarilla y artesanales durante el verano. Es más, ni siquiera entre los fresqueros de altura la situación es desastrosa en todos los barcos: hay una notoria diferencia de calidad entre el marisco que traen los barcos que pertenecen a empresas con planta integrada respecto de aquellos barcos que venden sus capturas al mejor postor.

Las “cajitas” que reemplazaron a los clásicos cajones de 40 kilos no han hecho ningún aporte positivo a la calidad del producto y solo lograron el fin perseguido por los armadores de multiplicar la capacidad de carga en sus bodegas. Basta presenciar unas cuantas descargas para darse cuenta de que generalmente las cajas llegan desbordadas de langostinos, sin hielo, y aplastados unos con otros en la estiba de los cajones. Casi siempre rondan los 20 kilos y el hielo brilla por su ausencia. Para ver esto, solo hay que querer verlo.

De esta flota, cuyo principal estímulo es el volumen y no la calidad, sobra evidencia de que pescan muchas veces en horarios prohibidos y realizan lances de mucho más de una hora. En el crepúsculo de la temporada se realizaron lances de hasta dos horas y media, para obtener magras capturas de 50 cajones, como mucho, y descartando varias veces esa cifra entre langostino de menor tamaño y fauna acompañante. Solamente puede negar esto quien tenga directos intereses en mentir.

Por otra parte, sería interesante que las autoridades evalúen criteriosamente y con la calidad como objetivo deseable, la operatoria de los grandes buques fresqueros de más de 3000 cajones. Las capturas de los primeros lances de la marea casi siempre llegan en muy malas condiciones bromatológicas: aplastados, rotos, melanósicos, con mal olor y su destino es siempre para reproceso como “cola rota o en mal estado” y, lo que es más grave aún, terminan tirados en los basurales de la zona. El accionar del buque Graciela, de la empresa Moscuzza, es un claro ejemplo de lo antedicho. Basta con pedir los remitos en los predios de tratamientos de residuos para saberlo. Aunque no es el único caso y, solo en el predio Arcante, se ha tirado un promedio de dos camiones diarios de langostinos enteros a la basura. Un crimen por donde se lo mire (ver Pescar langostino salvaje y natural para convertirlo en compost).

También es necesario ser más estrictos en cuanto a la duración de la marea y se me ocurre que muchas veces y ante la evidencia incontrastable, las setenta y dos horas desde el primer lance hasta la llegada a puerto es una medida que, si bien va en la dirección correcta, no siempre es suficiente si consideramos que muchas veces las descargas no son inmediatas. La infraestructura y los servicios de los puertos chubutenses no están a la altura de semejante exigencia, aunque, es válido aclararlo, se vienen realizando importantes inversiones con ese objetivo, sobre todo en Puerto Madryn y Rawson. El puerto de Bahía Camarones, tal vez el más estratégicamente ubicado, se presenta como deficitario y muy difícil de mejorar.

De tal modo, sería interesante que después de cada contingencia climática, de esas que obligan a la flota a resguardarse y dejar de pescar, se organizara una partida escalonada de los buques hacia zona de pesca para evitar el atolladero que se arma al momento del final de la marea posterior a cada temporal. Esta situación resulta en un atoramiento de los puertos, las descargas y las plantas procesadoras. Se sobredimensionan las capacidades logísticas y, finalmente, el resultado termina plasmándose en la merma de calidad de las exportaciones.

Otro hecho preocupante que quiero puntualizar es que últimamente he oído que algunos empresarios echan a rodar la teoría de que no sería tan negativo llegar a tierra con langostinos rotos, melanósicos y hasta olorosos porque, a su particular entender, esto trae aparejado la obligación de pelarlos y devenarlos con lo cual, según esta visión, ese producto generaría mayor empleo. Esta teoría, muy difundida últimamente, podría ser tomada como pintoresca o delirante de no ser porque la misma la he oído también de boca de las más altas autoridades nacionales de pesca. Y ahí, ya preocupa un poquito más.

Por último, quiero referirme al rol de los empresarios compradores de las capturas de estos barcos y sobre todo a los más grandes. Es necesario que dejen de presentarse siempre como víctimas de esta situación y asuman de una vez el rol que les cabe. Porque los vicios de la flota que dan por resultado una mala calidad de producto, son avalados en definitiva por sus pactos comerciales, ya que al comprar todo lo capturado sin discriminación de calidad, terminan por ser cómplices de los problemas que ellos mismos marcan, a media voz, casi tímidamente como para no molestar a nadie y, en definitiva, son ellos tan responsables como los armadores que los proveen.

Son los mismos empresarios que abogan por seguridad jurídica, previsibilidad, reglas claras, estímulos y critican el exceso de intromisión del Estado en sus empresas. Nada que criticar al respecto. Pero es necesario que asuman el lugar que por envergadura ostentan y sean capaces de exigir a sus proveedores una calidad de producto que nos realce como oferentes de un recurso único y accesible que debe generar riqueza, divisas y empleo para este generoso país.
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