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Un estudio del IPCVA asegura que más del 80% de las tierras de pastoreo demuestran potencial para el secuestro de carbono
La ganadería enfrenta un doble desafío. Por un lado, una campaña sistemática que pretende demostrar que se trata de una actividad dañina para el ambiente. Y, por otra, una nueva estructura de proteccionismo arancelario ambiental que pretende imponer ...
 

 
Bichos de Campo 08-09-2021 - Julia Luzuriaga La ganadería enfrenta un doble desafío. Por un lado, una campaña sistemática que pretende demostrar que se trata de una actividad dañina para el ambiente. Y, por otra, una nueva estructura de proteccionismo arancelario ambiental que pretende imponer la Unión Europa como nuevo estándar global.

Pero en el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA) creen que en la actual coyuntura existe una oportunidad si la misma, claro, se sabe y puede aprovechar. “Para el productor la ganadería es más que un trabajo, es un estilo de vida en el que lleva muy presente el cuidado del ambiente y del ecosistema”, indicó hoy Juan José Grigera Naón, presidente del instituto.

“Por supuesto que no negamos que hay que revisar cosas, pero frente a una serie de cuestionamientos ambientales aclaramos que las emisiones de (gases de efecto invernadero de) la ganadería nacional sólo representan el 0,15 % de las emisiones totales del planeta”, apuntó Naón durante un seminario en formato virtual en el cual se mostraron los resultados de un estudio que la entidad encargó a la Red de Seguridad Alimentaria del CONICET.

En estudio reunió a 45 científicos argentinos que relevaron la situación actual de la sostenibilidad de la ganadería argentina para poner en blanco sobre negro qué es lo que el sector de ganados y carnes está haciendo bien y dónde tiene que mejorar.

“El relevamiento actual que encargamos a la Red de Seguridad Alimentaria del Conicet involucra investigadores nacionales, provinciales y otras instituciones como el INTI y el INTA, los cuales analizan diversos temas tales como impacto ambiental, efluentes, gases de efecto invernadero (GEI), entre otros”, aclaró Grigera Naón y agregó que “lo que queremos reflejar es que la ganadería no es parte del problema, sino parte de la solución”.

Temas como la huella hídrica, la huella de agua, la huella de carbono, la emisión de GEI, el cuidado ambiental y la sustentabilidad como atributo de calidad cruzan las más de 50 páginas del informe, en el cual se expone que la Argentina está en línea con lo exigido en el Acuerdo de París (COP21), firmado por 174 países más la Unión Europea, en el cual se establece el compromiso de reducir sus emisiones de GEI.

La Contribución Nacionalmente Determinada (NDC por su sigla en inglés) por el Estado argentino en 2016 planteaba para el año 2030 no exceder la emisión neta de 483 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente (MtCO2eq). Pero, en el marco de la Cumbre de Ambición Climática, realizado el pasado 12 de diciembre en formato virtual, el presidente Alberto Fernández anunció que esa meta para 2030 sería ahora es de 360 millones de toneladas para alcanzar la situación de carbono neutral en 2050, lo que implica asumir metas mucho más exigentes en ese sentido.

Según el último inventario nacional de gases de efecto invernadero (INGEI), la ganadería de carne aporta un 16% de las emisiones totales nacionales, siendo la categoría fermentación entérica del ganado vacuno la que aporta la mayor proporción dentro de las emisiones del sector agricultura, ganadería, silvicultura y otros usos de la tierra.

La cuestión es que los aspectos ambientales incorporados en las relaciones comerciales internacionales son cada vez más tenidas en cuenta en las condiciones de acceso a muchos de los principales mercados. Es por eso que el estudio en cuestión desglosó cada uno de los ítems clave.

Emisiones GEI. El estudio sostiene que el sector ganadero bovino puede mitigar emisiones en base a procesos naturales y armónicos con la naturaleza, lo que conforma una fortaleza y una oportunidad porque requiere poca inversión económica, debido a que tales atribuciones están asociadas a tecnologías de procesos más que de insumos. “En ganadería, estas emisiones han mostrado una tendencia negativa desde 1990, explicada parcialmente por reducción de cabezas, aunque también por mejoras sustanciales de eficiencia del ciclo productivo. Esta evolución positiva no exime al sector de mayores esfuerzos para controlar y reducir las fuentes de emisión principales, en especial la fermentación entérica y evitar pérdidas de CO2 por deforestación, pérdidas de pastizales y pasturas perennes”, remarca el documento.

También argumenta que “las emisiones de la ganadería Argentina son de por si bajas, debido a que es de carácter extensivo, con la mayoría de los sistemas de producción sobre sistemas pastoriles. Esa base productiva está basada en pastizales ocupando el 95% del área ganadera bovina del país, unos 60 millones de hectáreas, con la mitad del rodeo ubicado en la zona pampeana, que representa alrededor de un tercio de esa superficie”.

Secuestro de carbono. El informe destacó que tanto la genética bovina, como la nutrición balanceada, la alimentación y el manejo del pastoreo “son ejemplos de cuatro tecnologías que han probado su eficacia
para reducir la huella de carbono”, aunque reconoció que es necesario mitigar aún más las emisiones agropecuarias “favoreciendo el diseño y la implementación de buenas prácticas ganaderas que reduzcan el impacto de la producción sobre el cambio climático”.

Según el estudio, “cerca de tres cuartas partes del país tienen a la ganadería bovina como actividad principal o única relevante, y se trata de la misma superficie que tiene baja competitividad agrícola. A su vez, más del 80 % de las tierras de pastoreo demuestran potencial para el secuestro de carbono”.

“Hay consenso en sostener que el sector agrícola-ganadero puede ser un importante sumidero de CO2, particularmente los sistemas productivos a base de pasturas y/o con presencia de árboles, y esto representa una gran oportunidad para el sector, dado que el secuestro de carbono puede contrarrestar parcial o totalmente a las emisiones, o inclusive en algunos casos superarlo dejando un saldo positivo en términos de acumulación de carbono. El desafío es definir cuán cerca o lejos de la saturación de carbono están los suelos, para determinar de esa forma cuál es el potencial de captura y en qué medida esa captura puede llegar a superar, reducir o neutralizar las emisiones del sistema productivo”, explicó el estudio.

Para lograrlo, el informe indicó que es necesaria la cooperación entre el sector privado y los organismos de ciencia y tecnología del Estado. “Con una estrategia basada en el conocimiento se puede conseguir mucho en poco tiempo”, resaltó, aunque aclaró que “sería altamente deseable que la noción de ´Carbono Neto Cero´ entendido como un secuestro y almacenamiento de carbono que iguale o exceda las emisiones producidas por los combustibles fósiles y los procesos biogénicos (entéricos, excreciones animales, descomposición vegetal), sea incorporado como una meta a incorporar dentro de los Inventarios Nacionales de GEI que regularmente reporta el gobierno nacional”.

Huella Hídrica. En este aspecto, el informe consideró que “dado que la mayor parte de la producción ganadera argentina se realiza en pastizales naturales con cargas bajas a moderadas, la huella hídrica es
principalmente verde y es posible la convivencia entre la flora y fauna nativas. Además, el mantenimiento de cierta cobertura vegetal permite obtener beneficios como mejorar la retención de agua y conservar el contenido de materia orgánica de los suelos”.

En Argentina, según el informe preliminar realizado al IPCVA en el marco de un proyecto con el INTI, el 99,2% (16,10 m3) del agua consumida para la producción de un kilogramo de carne deshuesada y empacada corresponde a la huella denominada “verde”, que deriva de las precipitaciones y es aprovechada por los cultivos.

“Sólo el 14% del rodeo nacional es alimentado en confinamiento para su terminación previa a faena, y un 28% adicional lo hace en sistemas mixtos basados en granos. Como resultado, el 71% de la biomasa vegetal consumida por kilo vivo de producción (ciclo completo desde cría) corresponde a pastizales y otras comunidades nativas, en tanto que 21% corresponde a pasturas sembradas, 5% a grano de maíz, 1,5% a pellets de oleaginosas, y 1,5% a silaje. El uso de fertilizantes y agroquímicos es prácticamente nulo para la producción de forraje de los ambientes naturales, y muy limitado en las pasturas y verdeos”, desarrolló.

A su vez, evaluó que “los mayores stocks ganaderos coinciden con las zonas de mayor producción agrícola. En este marco, las rotaciones agrícolas ganaderas contribuyen a mejorar la sustentabilidad del suelo y la biodiversidad”.

Preservación del recurso forestal y servicios ecosistémicos. El informe ilustró que el sistema silvopastoril (SSP) argentino ocupa gran parte de las producciones en pastizales naturales de las regiones extrapampeanas, que contempla una región donde se da una adecuada combinación de forestación y aprovechamiento del pasto en una superficie de 34 millones de hectáreas y, a su vez, de la superficie total forestada. “Aproximadamente el 70 por ciento de los bosques de ñire en la Patagonia tienen un uso silvopastoril con un escaso manejo integral en los establecimientos. En el Chaco, más de 6 millones de hectáreas están en aprovechamiento silvopastoril con distintos grados de intensidad”, sostiene el informe.

Al mismo tiempo, reconoce que “hay preocupación por la deforestación, pero hay una tendencia que muestra una reducción, dado que en el 2007 se dictó la Ley Nº 26.331 de presupuestos mínimos de protección ambiental de los bosques nativos (Ley de Bosques)”.

“Los sistemas de producción de carne con presencia de árboles integrados están vigentes en la Argentina y pueden expandirse, ya que podrían aumentar la capacidad de secuestro de carbono del sistema y otros beneficios, entre los que se puede mencionar: proveer sombra y reparo a los animales”, asegura.

El informe encomendado por el IPCVA a la Red de Seguridad Alimentaria del CONICET también hizo espacio para quejas, dado de que las llamadas “responsabilidades comunes pero diferenciadas (CBDR, por sus siglas en inglés, Common But Differentiated Responsibilities), establecidas en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, no conceden a todos los países las mismas obligaciones ni responsabilidades”.

“Los mayores niveles de industrialización de los países desarrollados implica que estos históricamente generaron más emisiones de gases de efecto invernadero. Este es un principio fundamental de las negociaciones vinculadas al cambio climático. La intención de los países desarrollados de eludir el principio de Responsabilidades Comunes pero Diferenciadas impacta directamente en las condiciones de acceso a los mercados de los países en desarrollo y es ciertamente más sensible en el caso de los alimentos como la carne vacuna”, expresa el informe.

“De allí que la problemática ambiental como argumento para restringir el comercio sea ámbito de disputas comerciales severas en el cual podemos encontrar argumentos genuinos para restricciones espurias. Tal como se explicita mas adelante, las negociaciones internacionales deben
basarse en normas públicas basadas en ciencia y no en normas privadas”, concluye.
 

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