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Cambió una cosechadora por 7 vacas y creó un emporio lácteo, pero no pudo con el Covid-19
Con 4 hijos adolescentes, asumió que para que ellos pudieran estudiar él debía hacer algo diferente. Entonces, a los 41 años, se la jugó: cambió su maquinaria agrícola por 7 vacas lecheras, con la intención de que la familia tuviera ingresos todos lo ...
 
 
TN 07-06-2021 - Mauricio Bártoli Con 4 hijos adolescentes, asumió que para que ellos pudieran estudiar él debía hacer algo diferente. Entonces, a los 41 años, se la jugó: cambió su maquinaria agrícola por 7 vacas lecheras, con la intención de que la familia tuviera ingresos todos los días, no por temporada, como hasta entonces.

Era 1995 y el proyecto, tras algunos tropiezos, comenzó a funcionar. Su mujer, profesora de inglés de 35 años, acompañó la ilusión, por necesidad, sin delirios de grandeza. Pero el paso a paso les resultó una escalera incesante de crecimiento.

Con el cambio de siglo empezaron a elaborar quesos, abrieron locales comerciales y le sumaron otras delicias: salames, jamones, pizzas y dulce de leche. Se presentaron en ferias como Caminos & Sabores y lograron el reconocimiento del público.

Todo seguía viento en popa hasta hace algunas semanas, con el emprendimiento familiar convertido en un modelo de pyme de proyección nacional, distinguido por el agregado de valor desde el tambo al consumidor.

Hasta que pareció un obstáculo que que no distingue condiciones individuales y arrasa sin piedad; el coronavirus apagó la fuerza vital de Alfredo Trucchia, a sus 67 años.
El tambo es una las de actividades agropecuarias que más trabajo cotidiano requiere. Pero Alfredo Trucchia, si bien podía abastecer su industria con la producción lechera de sus vecinos, siempre mantuvo la conexión con las bases productivas; como un cable a tierra y para sostener la integración vertical.

Alma mater y líder de Lácteos Don Eugenio, Alfredo desplegó durante 25 años un impulso empresario tan innovador como sustentable y eficiente. A partir de aquellas 7 vacas lecheras armó un emporio industrial y comercial que hoy cuenta con 7 puntos de venta propios –más lo que proveen en comercios de la zona- y un centenar de colaboradores directos e indirectos.

El último golpe de posicionamiento comercial fue en julio pasado, en plena pandemia, cuando lanzó la venta de leche en sachet, un aparente paso atrás en el grado de elaboración... Pero la lucidez marketinera de Alfredo le insinuaba que tenía a mano un producto que le garantizaría más visitas de clientes. De la mano de un buen precio, el combo resultó infalible.

Los consumidores ya conocían los quesos duros, semiduros y blandos, dulces de leche; cremas y los chacinados de otra marca familiar. Y el índice de compradores por empleado, un parámetro que Alfredo seguía de cerca, mostró signos de mayor dinamismo comercial.
Sin parar desde el origen

Todo comenzó en Conesa, un pueblo de 4.000 habitantes, entre San Nicolás y Pergamino. El primer tambo lo instalaron en Acevedo, siempre teniendo como eje productivo-comercial a la ruta 188, y hace un par de años incorporaron otra sede de ordeñe en General Arenales; todo en el norte bonaerense.

Claro que así como da ingresos todos los días, el tambo es una las de actividades agropecuarias que más trabajo cotidiano requiere. Pero Alfredo lo sintió siempre como una conexión con las bases productivas; como un cable a tierra y para sostener la integración vertical.

En el 2004 armaron “la fábrica” con una tina que procesaba 1.000 litros por semana. Hoy cuentan con dos tinas que pueden procesar 13.000 litros de leche en el mismo momento, con capacidad para llegar hasta 40.000 litros diarios.

En el camino accedieron a un terreno en el Parque Industrial de Pergamino donde hasta hoy funciona “Don Eugenio”. Es una planta productiva que fue incorporando tecnología y controles de calidad, con un laboratorio propio que evalúa diariamente la leche. Allí implementan un protocolo de industrialización de leche de vacas Jersey -la misma elección que hizo la familia Perez Companc al desarrollar su marca de helados Munchi’s- porque en general es más cremosa que la de Holando Argentino.
Junto a su mujer, Mireya Suárez, Alfredo Trucchia desarrolló una pyme láctea familiar, e integró con roles bien definidos a sus hijos: (de izquierda a derecha) Belén, María Eugenia, María de los Angeles y Leonardo.

Hoy en Lácteos Don Eugenio extrañan a su mentor. Pero quizás su mejor legado ha sido el ejemplo de su trabajo incansable y la asignación de roles en continua diversificación, su “secreto” para la supervivencia empresarial. Su coequiper Mireya, y sus cuatro hijos –que pudieron estudiar- asumieron desde hace años funciones específicas en la empresa familiar que no para de crecer.

María de los Angeles, la mayor, está a cargo del área de Compras y Control de Gestión. Leonardo lidera la producción de embutidos de base porcina. María Eugenia, diseñadora gráfica, refleja el pulso de la evolución de la empresa desde la imagen visual de la marca. Y Belén suma horas laborales en la administración central y en una veta propia, la elaboración de prepizzas que amplían la oferta en los locales comerciales de la familia.

Esa organización moderna, con roles claros que evitan discusiones, quizás es la mayor herencia, de valor intangible, que les dejo Alfredo Trucchia, cuando el coronavirus le dio una zancadilla fatal, a él que había superado miles de obstáculos y saboreaba el esplendor de su capacidad emprendedora.
 

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