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Se cayó desde la cubierta de un portacontenedores y vive para contarlo
El 4 de diciembre de 2019 Pedro Ovejero casi se muere al caer de la cubierta del buque portacontenedores al borde del muelle en el puerto de Mar del Plata. Trabajaba sin arnés cuando lo empujó la percha que mueve los contenedores, cedió la baranda y ...
 

 
Revista Puerto 15-03-2021 - Roberto Garrone El 4 de diciembre de 2019 Pedro Ovejero casi se muere al caer de la cubierta del buque portacontenedores al borde del muelle en el puerto de Mar del Plata. Trabajaba sin arnés cuando lo empujó la percha que mueve los contenedores, cedió la baranda y cayó 12 metros al vacío. Ese día volvió a nacer.

En el golpe se fracturó cuatro costillas, la cadera y el fémur de la pierna izquierda, la muñeca de la mano izquierda y una vértebra cervical. Inconsciente, terminó dentro del agua, entre el muelle y el barco. De ahí fue rescatado por un par de compañeros que se tiraron a salvarlo cuando ya se estaba hundiendo por el peso de su ropa de trabajo.

Tenía toda la cara ensangrentada y en un principio cuando lo subieron a la ambulancia que lo depositó en la guardia del Hospital Privado de Comunidad todos pensaron en una lesión en la cabeza. Por suerte eso fue lo de menos. El casco que le salvó la vida le lastimó el cuero cabelludo y tuvieron que darle 25 puntos de sutura. Las correas que lo sujetaban a su cabeza le lastimaron el mentón y un pómulo. Hoy a los 52 años son pequeños rastros de una gran batalla.

Las peores lesiones que tenía Pedro no surgían a simple vista. Se estaba desangrando y los médicos todavía no habían determinado de dónde hasta que pudieron introducirlo en el tomógrafo. Por la fuerza del impacto y el movimiento de las costillas le explotó el riñón del lado derecho y le fragmentaron el hígado. Su vida pendía de un hilo delgado y los médicos no daban muchas esperanzas.

“No me acuerdo nada del accidente ni de cuando me sacaron del agua o me subieron a la ambulancia. Sí reaccioné después, recuerdo que pregunté dónde estaba porque veía todo blanco y aparatos. Me dijeron que me había lastimado la pierna, que me había dado un golpe fuerte”, dice Pedro Ovejero en el comedor de su casa en el Barrio Peralta Ramos, donde atiente a REVISTA PUERTO y recuerda la historia que lo tiene como protagonista central junto a los médicos que le salvaron la vida y su familia que siempre estuvo a su lado.

A partir de ese momento comenzó una carrera por salvarle la vida. Estuvo casi dos meses inconsciente, entubado en terapia intensiva donde primero lograron frenar la hemorragia interna y luego comenzaron a reconstruir los órganos para que restablezcan funciones.

Los médicos nunca le dieron a la familia un pronóstico favorable. Les dijeron que era difícil que se salvara y los partes médicos rara vez registraban algún avance sino todo lo contrario; Pedro retrocedía.

En ese tiempo lo operaron más de veinte veces y hasta debió superar una bacteria que había ingresado a su cuerpo cuando cayó al agua. Cada operación era para ganar tiempo y ver cómo reaccionaba. Los partes médicos eran una tortura para los familiares que no veían mejorías.

Una cirugía, la del 12 de diciembre, fue trascendental. Fue tal la urgencia que ni siquiera hubo tiempo para ingresar al quirófano, sino que lo operaron ahí en terapia. “Solo tenía pulso, todos los órganos habían colapsado. Ese fue el momento más jodido, nos dicen los médicos, pero por suerte lo sacaron. Tuvo que hacer diálisis para que pudiera funcionar el riñón, le reconstruyeron el hígado; lo importante era reestablecer los órganos vitales, después se encargarían de la cadera y la pierna”, cuenta Sabrina, una de sus hijas mayores, que lo acompaña durante la charla, como lo hizo tras el accidente junto a sus nueve hermanos.

El 28 de enero del 2020 Pedro abandona terapia intensiva. Lo peor había pasado, ya no había riesgo de vida, pero todavía faltaba mucho para que pudiera volver a caminar. En la mente del estibador se desataba otra batalla. O mejor dicho, estaba por comenzar.

“Ahí tomé conciencia de lo que había pasado. Verme así fue terrible, parecía un ‘robocop’, cables por todos lados. Lo primero que pregunté a mi señora fue si me faltaba alguna parte del cuerpo… Estaba postrado, lo único que movía era la cabeza y la mano derecha. Me tenían que mover para darme vuelta, fue durísimo”, confiesa Pedro.

Antes de que se declare la pandemia por el coronavirus el estibador es dado de alta del Hospital. “Los médicos no querían que se contagie y lo que restaba por hacer era la cirugía de la pierna, tenían que ponerle la prótesis de cadera y fémur”; cuenta Candela, otra de sus hijas.

“Yo sufrí el golpe nada más, pero ellos sufrieron mucho: mis viejos, hermanos, hijos, compañeros de trabajo. Esos dos meses de terapia hice llorar a más de uno”; dice con una mueca en su cara.

El 9 de marzo del año pasado Pedro volvió a su casa para proseguir la recuperación y comenzar a ganar peso y masa muscular luego de perder treinta kilos. “Nunca sentí dolor porque estaba sedado o me daban morfina”, explica Pedro. Para la mente no hay muchos antídotos ni calmantes. “No me veía los pies; un día me alcancé a incorporar y pude ver el tobillo, lo tenía hinchado como una pelota”.

La pelota fue uno de los objetos movilizantes para Pedro durante el proceso de rehabilitación. Volver a pegarle a una, jugar con sus amigos en la canchita del barrio es un sueño que cada vez está más cerca de convertirse en realidad.

“Acá en casa medio que me deprimí, no me gustaba como me veía, seguía postrado, no tenía fuerzas, me quería sentar en la cama y me desmayaba de la descompostura”, relata Pedro de sus días ya en pandemia. Esa inactividad por el aislamiento equilibraba sus emociones. “No me estaba perdiendo de mucho y había vuelto a nacer. Valoraba eso”, agrega.

Después de tanto insistir, en junio volvió al hospital para la cirugía en su pierna izquierda. “El traumatólogo no lo quería operar porque el hospital estaba saturado de casos de covid”, aporta Sabrina, embarazada de lo que será la primera nieta del estibador.

“Yo me quería parar, no quería más estar en la cama, había estado 8 meses. El 30 de junio me operaron de la cadera y la mano. Ahí me tranquilicé porque dependía de mí volver a caminar y era lo que más quería”.

Horas después de haber recibido la prótesis de cadera y fémur, Pedro pudo por fin pararse. De pie, luchando contra la muerte había estado desde el primer día.

“Tengo más médicos que familiares y eso que nosotros somos un montón”, se ríe Pedro, socio de la cooperativa Hipocoop, que conforma con sus hermanos, o “Los Chamusca”, como resumen en los muelles del puerto a la familia Ovejero.

“Los médicos no pueden creer que después de todo lo que pasó hoy esté recuperado al punto de caminar solo sin andador, bastón o muletas. “Esto deberías poder hacerlo al año de la cirugía y no van ocho meses”, dice Pedro que le dice el traumatólogo.

Pedro no sólo camina solo, sino que también volvió a manejar su camioneta. Hace unos días visitó a sus compañeros de la estiba en el puerto. “Una alegría grande… porque estás en familia. Un reencuentro hermoso. Nunca pensé que no iba a poder volver, pero sí pensás que no podrás hacer las mismas cosas que hacías antes”.

Pedro se emociona por primera vez durante la charla. Y las lágrimas que ruedan por sus mejillas conmocionan a Sabrina y Candela que lo miran con la ternura con que los hijos observan a sus padres.

Pedro se recompone enseguida. “Tal vez tenga que cumplir otro rol, no más arriba de la cubierta, manejando el ‘sampi’, algo más tranquilo… pero estoy seguro que voy a volver a trabajar”, dice con la firmeza que no usó en toda la charla.

Su colección de cirugías todavía se detuvo. Le falta una más para recuperar su abdomen. Luego de tantas cirugías los músculos abdominales quedaron diezmados y requieren de una malla para poder estirarse y contener sus órganos ya curados.

Los médicos le dijeron que es una cirugía delicada pero después de tantas pruebas superadas, para Pedro será una más. “Ellos me dicen que hicieron lo que sabían hacer, pero que el esfuerzo lo puse yo, que dependió mucho de mí, pero no me va a alcanzar la vida para agradecer todo lo que hicieron. Lo mismo que a Omint, la obra social… no hay palabras para destacar lo bien que se portaron.

Si cuenta todos los puntos en el cuerpo que le dejó como secuela la caída del barco y el golpe contra el muelle, suma más de cien. Pero Pedro prefiere sacar otras cuentas, hacer otros planes: salir a pasear con su familia, patear una pelota con sus amigos en la canchita del barrio, volver a caminar por el muelle vestido de estibador.
 

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