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El desvelo de Sonia, la envasadora de Apolo Fish
Sonia no duerme hace dos noches y se nota. Apoyada en el pilar de la casa pegada al frente del frigorífico Apolo Fish sobre Pescadores, su cara es una combinación imperfecta de agotamiento, tensión e impotencia.

Piensa, Sonia piensa, cierra ...
 
 
Revista Puerto 09-03-2021 - Roberto Garrone Sonia no duerme hace dos noches y se nota. Apoyada en el pilar de la casa pegada al frente del frigorífico Apolo Fish sobre Pescadores, su cara es una combinación imperfecta de agotamiento, tensión e impotencia.

Piensa, Sonia piensa, cierra los puños y cruza los brazos para maquillar el nerviosismo. Piensa en lo que la atraviesa, en este rol protagónico sin querer, en esta lucha por un trabajo en blanco o un arreglo de salida que sea compatible con lo que cree que le corresponde por los meses trabajados, y que holgadamente debe superar los 20 mil pesos que ofrece la empresa.

Sonia piensa en sus cinco hijos que se quedan en su casa. En el más chico, cuidado por sus hermanos mayores. Nunca dejó que nadie cuide a sus hijos. “Mi familia son ellos”. Lo dice con el poco orgullo que le queda. “Esto no es digno, estar en la calle pidiendo por nuestros derechos. Pero es nuestra lucha y la vamos a sostener”, dirá en un momento de la charla con REVISTA PUERTO.

Por ellos este agotamiento que le cruje en todo el cuerpo y la obliga a cobijarse detrás de un pañuelo que le cubre la cabeza y a doblarse en dos. Pareciera que así, con la mirada en el piso, buscara fuerzas para mantenerse de pie.

“Trabajo hace más de diez años en el pescado, antes fui camarera y limpié casas”, dice Sonia de sus comienzos como envasadora. Cuenta que fue ‘Pomelo’ Guerrero quien le consiguió un trabajo en “Acha 1020” y a los pocos meses la efectivizaron bajo convenio, aunque después bajó la persiana y la indemnizaron y le entregaron una declaración jurada con los aportes.

Es jueves por la tarde y el fuego de una olla popular frente a la persiana de la fábrica es un recuerdo que languidece en forma de hilo humeante a medida que el viento cobra intensidad. Quedan pocas mujeres sosteniendo el bloqueo, acompañadas de alguna bandera del Espacio Sindical de Base, la organización que respalda el reclamo obrero.

Sonia hacía un par de años que no trabajaba en el pescado. Su última experiencia también había sido en blanco. Trabajó en Supremacía Marina, la conservera de El Marisco. Se fue luego que naciera su último hijo. “Estaba cansada, había sido un embarazo difícil… no quería trabajar más”

En su derrotero por distintas fábricas la obrera ya tuvo vínculos con Los Rodriguez, la cooperativa que ahora está en Apolo Fish y a la que les pidieron a las envasadoras que se asocien para poder reincorporarlas.

Sabe la manera en que se vinculan con los trabajadores. “Yo conozco a Los Rodríguez. Nunca me pidieron que sacara el CUIL ni el monotributo, nada, nos pagaban por semana y no teníamos nada. Ahora me dicen que tengo que sacar el monotributo pero si mañana no hay más trabajo, cierran o nos rajan el monotributo es mío y también la deuda que voy a seguir generando”, piensa Sonia.

De las 18 envasadoras, la mitad aceptó las condiciones y se asoció a la cooperativa. Del resto apenas cuatro acompañan a Sonia en la puerta del frigorífico. “Acá cada una es libre de hacer lo que quiere. Se fue disolviendo el grupo, eso está a la vista, pero esto es individual, cada una toma sus decisiones”, confiesa y levanta la vista al mismo tiempo que gira la cabeza para vigilar los movimientos en el frente del frigorífico.

Sonia asegura no saber cuánto es lo que le corresponde. Dice que tiene un abogado que sacó la liquidación y eso es lo que están pidiendo. Cuando el abogado entró en escena la empresa cortó el diálogo y retiró la última oferta que había formulado. Mientras tanto presiona al resto de los trabajadores que hasta el jueves no habían cobrado los salarios.

En el extremo sur del frente de Apolo hay una carpa amarilla de reducidas dimensiones sobre la vereda. Ahí duermen algunas compañeras de Sonia que participan del reclamo. “Es muy difícil sobrevivir trabajando en el pescado. Yo lucho por lo que creo que me corresponde, por mis cinco hijos que están solos porque yo estoy acá. No es un peso más o menos, es lo que voy a llevarles para comer… Es lo que me toca hoy, pero es desesperante a veces”, remarca Sonia que por momentos pierde el tono de voz, entre el cansancio y el hartazgo.

La envasadora no hace planes. El futuro es una entelequia que se diluye como el calor de la fogata en que prepararon un guiso espeso un rato antes. “No he podido trabajar desde hace tres semanas. No puedo ir a trabajar a otro lado sin terminar de arreglar lo que pasa acá, porque yo trabajaba acá. No me veo trabajando en ningún lado la semana ni el mes que viene… ahora me veo en el aire, lo único que sé es que tengo que darle de comer a mis hijos”.

Hay muchas Sonias en la industria pesquera marplatense que parecen encerradas en un modelo de precarización laboral y la incertidumbre de su inestabilidad porque se saben único sustento para alimentar a sus hijos y con eso en juego, se bancan la que toque.

Pero son mujeres que tienen muy en claro cuáles son sus derechos. Y cuando se ven acorraladas, cuando asoma el riesgo de perder la única herramienta que les permite llevar el pan a su mesa, la defienden poniendo el cuerpo, que es lo único que tienen. Como Sonia, que lleva dos días sin dormir y se nota.
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