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Pastizales muy abundantes con distintos tonos de verde. Altos, bajos y diversos, con la irregularidad propia de la naturaleza. Bastantes vacas, pero no amontonadas. Juntas -y al parecer cómodas- en la misma parcela, donde estarán varias semanas hasta ...
 

 
El Diario Ar 25-02-2021 - Fermín Koop Pastizales muy abundantes con distintos tonos de verde. Altos, bajos y diversos, con la irregularidad propia de la naturaleza. Bastantes vacas, pero no amontonadas. Juntas -y al parecer cómodas- en la misma parcela, donde estarán varias semanas hasta pasar a otra.

Gallinas en constante movimiento y libres picoteando al sol por todo el campo, no encerradas en un galpón. Abejas, gusanos y muchos insectos por todos lados. Árboles que refrescan del calor y cultivos para alimentar al ganado. También una huerta produciendo frutas y verduras sin agroquímicos.

Así de paradisíaco es este campo en Maldonado, a dos horas de Montevideo, Uruguay. Pero la belleza no es lo más impactante sino lo que pasa debajo del suelo y no podemos apreciar a simple vista: un suelo lleno de minerales y de vida, algo raro de encontrar en cualquier campo de producción convencional. Un paisaje completamente distinto a las miles de hectáreas de soja transgénica y feedlots de ganadería que ocupan gran parte de América Latina, con tierra forzada a trabajar sin pausa a partir de químicos y fertilizantes, a pesar de que ya no tiene vida.

Valle Sol es como un oasis en medio de la agricultura industrial de Uruguay, con suelos arrasados por la expansión de la frontera agropecuaria. Es el campo de Magdalena Urioste y su familia. Un paisaje de 600 hectáreas con muchas sierras, valles fértiles y arroyos de agua dulce tan limpia que se puede beber. La mitad del campo tiene pastizales muy productivos que se usan para la cría de 250 vacas y el resto se mantiene en estado natural. Árboles y praderas se combinan en un paisaje impresionante.

Desde este lugar se producen carne, frutas, verduras y huevos orgánicos, entre otras cosas. Todo tiene un altísimo valor nutricional por ser producido en sincronía con la naturaleza, gracias a ese suelo lleno de minerales y gusanos. A pesar de su alto costo, que puede llegar a duplicar a la carne que se consigue en el supermercado, estos productos tienen alta demanda.

Magdalena los entrega a restaurantes y clientes individuales de Maldonado, la zona más turística de Uruguay, con playas blancas y ciudades como Punta del Este que cada año recibe a miles turistas de alto poder adquisitivo, provenientes en su mayoría de Argentina y Brasil.

Magdalena tiene casi 60 años. Habla siete idiomas. Nació en Uruguay pero pasó mucho tiempo fuera del país, 30 años sólo entre Estados Unidos y Tailandia, en donde fundó dos colegios privados de educación inicial. En 2013 decidió volver a Uruguay y entrar nuevamente en contacto con el campo. Su tío había sido productor agropecuario y ella siempre se interesó por la naturaleza. Es esa pasión, que transmite al hablar, es la que hoy aplica todos los días en Valle Sol.

Entrar al mundo agropecuario no fue un recorrido sencillo para ella. Al volver a su país, Magdalena tuvo una primera experiencia fallida, con vacas. Un vecino vendió su campo a un consorcio agropecuario de Nueva Zelanda, que incrementó en gran escala la producción y contaminó toda la zona. Entonces Magdalena decidió irse y compró un terreno en Maldonado, bien alejado de la agricultura extensiva con uso de agroquímicos. Los vecinos la desalentaron. Le decían que el suelo era muy duro para poder tener vida, nada más alejado de la realidad que vemos ahora: un claro -y exitoso- ejemplo de lo que se conoce como “agricultura regenerativa”.

Para Magdalena, acostumbrada a ver una agricultura intensiva y contaminante, fue un despertar. “Hice el click a lo regenerativo y empecé un nuevo camino. -dice- El cambio fue impresionante. Solemos medir la productividad de un campo en términos de kilos de carne por hectárea pero en realidad deberíamos pensar en todos los beneficios que genera cada hectárea. Tenemos que salir de esa mirada de extracción y pensar en lo que necesita la naturaleza a nivel general”.

Ese despertar la llevó a unirse con otras mujeres productoras de Uruguay, que crearon las Pampeanas Regenerativas Orientales. Un grupo que replantea las prácticas de la ganadería tanto en el modo de trabajo como en el estereotipo, dicen que no tiene porque ser una actividad sólo de hombres.

Es que Magdalena y todo el grupo de Las Pampeanas, como se las conoce, saben que las vacas pueden ser todo lo que dicen todos los informes científicos: contaminantes, fuentes de gases que calientan el clima, un animal que habría que dejar de criar y comer (en cualquiera de sus formas) para tener una sobrevida posible como especie, incluso para que este planeta como tal tenga una. Pero están dispuestas a mostrarle al mundo que las vacas también pueden ser todo lo contrario. Por eso Magdalena se alejó de la producción industrial para armar este campo de carne contestataria, que no rompe la tierra sino, curiosamente, la regenera.

Puede sonar como una nueva e innovadora técnica pero en realidad es todo lo opuesto: la agricultura regenerativa es volver a las raíces, al campo al que solían estar acostumbrados nuestros abuelos. Sin agroquímicos, sin arado y casi sin maquinaria. Choca de frente con lo que enseñan en las carreras de agronomía y con la forma en la que se ha trabajado el medio rural en las últimas décadas. Por eso despierta muchas sospechas de los sectores tradicionales, enamorados de la tecnología, mientras a nivel mundial crece cada vez más el interés por estas prácticas que piensan en la productividad sin perder de vista la “salud” de los suelos.

El cambio radica en pocas simples premisas con un efecto enorme: una cantidad reducida de vacas en praderas, que se puedan mover en manada entre parcela y parcela con una frecuencia determinada para descansar al suelo; baja utilización de insumos externos como fertilizantes y pesticidas; suelos nunca desnudos, siempre cubiertos de pasto o cultivos con una diversidad de plantas que liberan nutrientes y lo vuelven muy productivo; y mínima alteración del suelo, es decir no usar máquinas para arado y labranza, porque erosionan.

Y con este modelo de suelo saludable, cada pedazo de tierra tiene más microorganismos que personas habitan sobre el planeta.

El entusiasmo es enorme, cada vez hay más productores interesados en ese modelo, especialmente en América Latina, pero lograrlo no es sencillo. Sin datos oficiales, se estima que no habrá más de 400 en toda la región. La mayoría exporta sus cortes de carne, o directamente las vacas, a Europa, Estados Unidos y China, con precios difíciles de pagar para un público masivo.

Es decir, las carnes que se están produciendo aquí con este modelo más justo y ecológico, en general van a parar a mesas de otros países.
 

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