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Distorsión: con 1,2 camiones de soja o 2 de maíz, ya se paga el 35% de Ganancias
El licenciado en administración y contador público, Mariano Echegaray, tiene un doble rol que le permite opinar con solvencia sobre el impacto que tiene la presión impositiva sobre el sector agropecuario. No sólo tiene conocimiento teórico sino exper ...
 
 
La Voz del Interior 16-11-2020 - Favio Ré El licenciado en administración y contador público, Mariano Echegaray, tiene un doble rol que le permite opinar con solvencia sobre el impacto que tiene la presión impositiva sobre el sector agropecuario. No sólo tiene conocimiento teórico sino experiencia práctica: además de asesor tributario, también es productor.

“Impuestos, un problema más para el desarrollo productivo”, fue el título de la conferencia que dictó en el marco de la Jornada Nacional del Agro (Jonagro) organizada por Confederaciones Rurales Argentinas (CRA).

Y la comenzó haciendo referencia a la alegoría de la rana hervida: consideró que los contribuyentes son como el batracio que, a medida que le suben la temperatura del agua con impuestos que nacen de emergencia pero nunca se evaporan, no puede escapar de la maraña de distorsiones que queda como resultado.

“Estamos hervidos y no tenemos fuerzas para salir. Desde el punto de vista fiscal, por cada decisión que tomamos, tenemos un impuesto asociado. Y parece no comprenderse que el productor agropecuario no fija precio, lo fija el mercado, o sea no se puede adaptar a los incrementos fiscales”, remarcó Echegaray.

El tributarista tomó como base la estimación de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (Fada) de que 62 por ciento de la renta agrícola se la lleva el Estado en sus tres niveles.

Consideró que si a eso se suman los fondos inmovilizados por créditos a favor por operaciones en diferentes provincias, saldos de libre disponibilidad y retenciones o pagos a cuenta, son costos burocráticos que terminan impactando. Todo esto hace que sean más de 70 de cada 100 pesos que produce una hectárea los que terminan en las arcas fiscales nacionales, provinciales o municipales.

En el caso de una explotación agropecuaria, el ejemplo más fiel de las distorsiones es para Echegaray el Impuesto a las Ganancias. Y lo graficó con números muy claros.

Ganancias que no lo son

En el año 2002, para alcanzar la máxima escala y tributar un 35 por ciento, había que cerrar el balance con ganancias superiores a los 120 mil pesos que equivalían en ese momento a la misma cantidad de dólares.

Si el impuesto se hubiera actualizado en función de la divisa estadounidense, en 2019 deberían haber pagado sólo los que superaran los siete millones de pesos. La realidad es que lo abonaron a partir de 528.637 pesos, cifra que crece apenas a 762.707 pesos este año.

En valores agrícolas, Echegaray calculó que en 2002 un productor con un rinde promedio de 27 quintales por hectárea de soja alcanzaba la máxima escala de Ganancias con 22 camiones o 660 toneladas producidas en 244 hectáreas.

En la actualidad, apenas con 1,2 camiones o 35 toneladas y 13 hectáreas ya está abonando el impuesto.

Con el maíz ocurre lo mismo: si se supone un rinde medio de 70 quintales, hace 18 años el productor recién empezaba a pagar el 35 por ciento con 42 camiones, 1.264 toneladas o 180 hectáreas.

Hoy, con sólo dos camiones, 61 toneladas u ocho hectáreas ya queda alcanzado por el tributo.
 

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