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“No vendo la lancha porque le tengo amor al trabajo”
En la banquina chica donde la lancha Don Nino flota en cuarta andana, Vicente Galeano es simplemente “El Lobo”. Cumplirá 67 años en unos días pero nadie podría acertar su edad al verlo trabajar en cubierta o tejer la nueva red que usará para pescar a ...
 

 
Revista Puerto 27-10-2020 - Roberto Garrone En la banquina chica donde la lancha Don Nino flota en cuarta andana, Vicente Galeano es simplemente “El Lobo”. Cumplirá 67 años en unos días pero nadie podría acertar su edad al verlo trabajar en cubierta o tejer la nueva red que usará para pescar a la pareja y que ahora acomoda en un extremo de la litera, en la cubierta de la lanchita amarilla.

“El mar te da años de vida; cuando estuve guardado por esto del Covid no podía dormir, me acostaba a las 12 de la noche y a las 3 de la mañana ya estaba despierto; me dolía todo el cuerpo, no sabía qué hacer; estaba malhumorado… Esta vitalidad que tengo me la da el agua, el trabajo de salir a pescar cuando se puede. Casi dos meses sin salir a pescar estuvimos; todos volvieron a las dos semanas menos nosotros. Pero cuando volví al agua se me pasó todo; acá renegás y te hacés malasangre porque no hay pescado, porque se levantó viento y te tenés que volver; por el forreo de la Prefectura, pero es lo que me gusta hacer”, cuenta Vicente.

Su yerno, que anda cerca, sale como patrón y es quien maneja todos los aparatos que están guardados detrás de una mampara de vidrio. “Yo no entiendo nada de eso; a mí dame las redes y ver dónde está el pescado; de eso entiendo”, dice Galeano.

La “Don Nino” es una de las ocho lanchas que quedan vinculadas a la Sociedad de Patrones Pescadores. La otra parte se fue con los rada/ría que representa Franco Boccanfuso. De su nuevo cargo como presidente Galeano dirá que nadie más quiso hacerse cargo. La sede frente a la banquina sigue cerrada desde el año pasado. También dirá que es imposible de mantener con tan pocas embarcaciones y que por eso, este verano, tampoco habrá Fiesta Nacional de los Pescadores.

“Por el tema de la pandemia en lo que va del año solo pudimos pescar 60 días. Con red de arrastre un poco de corvina, pescadilla, cornalito poco; magrú este año se cansaron de pescarlo los barcos de altura. Arrancaron pagando 60 pesos y hoy vale 40… Cuando se arrime a la costa a nosotros no sé cuánto nos van a pagar y en qué plazo”, piensa Galeano.

No hay pesimismo en sus palabras sino más cierto hartazgo de ver cómo se repite siempre la misma historia. “Si no trabajás te comen los gastos fijos. Tenemos entre 60 y 70 mil pesos todos los meses: seguros buzos, grúa, desratización, depósito de redes, SENASA, las balsas…”, enumera.

La batalla que dieron las lanchas para evitar sumar una segunda balsa parece perdida. El que todavía no la puso la piensa poner para renovar el certificado de navegación. “Compré la segunda balsa: 150 mil pesos. Se me venció el certificado y si no me dejaban parado. Compré una el año pasado, la pagué 70 mil pesos. Compré otra porque la que tengo es vieja y no me harán más el service. Todo sale de la bodega del barco y la pescadilla el año pasado estaba a 43 pesos y este año vale lo mismo. Y tenés que seguir trabajando porque si no, perdiste. Hace 53 años que navego y si me dan las piernas voy a seguir acá”, anticipa en voz baja.

Galeano explica la difícil coyuntura que se repite para las embarcaciones de pequeña escala y más allá de todas las dificultades, destaca que si bien nadie gana lo que debería por el esfuerzo y riesgo que implica la actividad, la lancha le permite vivir.

“Pero ojo –aclara-, hay que trabajar y no todos trabajamos igual ni de la misma manera. Podes tener un lancha pero si no la laburás te morís de hambre. Y los que vendieron, vendieron porque los cansaron. Fijate este papel: 4500 pesos para desratizar. Vino recién, tiró un poco de líquido para las ratas y me dejó una bolsa de veneno. Dos chorritos, tiró, uno acá y otro en la proa. Yo para ganar eso me tengo que romper el lomo de la mañana a la noche”, dice el “Lobo” con bronca contenida.

El último gasto en la Don Nino oficia de resorte para que Galeano recuerde otros que minan la rentabilidad del negocio en las lanchas amarillas.

“Hicimos los planos nuevos porque pusimos la otra balsa. Ahí se fueron 25 mil pesos. La gente se cansa porque es poner y poner y poner. Tengo un motor de 300 caballos, tengo que habilitar ante el SICONARA, a mí la libreta me la sacaron, soy jubilado, salgo con una autorización. Cada dos meses son 8 mil pesos para que lo habiliten. Y todo sale del laburo nuestro y la bodega. La gente piensa, me dan 300 mil dólares por la lancha, tengo 65 años, me alcanza para lo que me queda de vida. Yo no la vendo porque le tengo amor al laburo. Esta lancha la hice de cero kilómetro en 1996; es la última de madera que se hizo. La construyó Juan Di Meglio”.

Galeano asegura que conoce más a la Don Nino que a su mujer. Que la otra vuelta, pescando de noche frente a los cuarteles, escuchó un ruido raro que venía del motor. Qué pasa, qué pasa, se preguntaba; dice que corrió la tabla y descubrió que se había tapado un filtro y perdía aceite. Que cualquier otro hubiese quemado las juntas y estaba varias semanas parado. “Cambié el filtro y seguimos pescando”, remata con una mueca de satisfacción.

“El Lobo” habla y cada tanto acaricia el timón de la lancha, como si no pudiera vivir mucho tiempo sin tomar contacto directo con el instrumental que lo lleva a otra realidad, una paralela donde se acaban los problemas y es completamente feliz.

El instrumental que encendió hace un rato ya emite luces de diferentes colores. “Tenemos radar, ecosonda, computadora, radiobaliza, la otra baliza de acá; dos balsas para diez personas cada una y somos seis a bordo, las radios para hablar a 4 metros de distancia…. Tenemos el mismo equipo que un barco de 24 metros y nosotros vamos a 12 millas. Y se lo he dicho al jefe de Prefectura en alguna reunión. ¿Ustedes creen qué a los 66 años me quiero morir y matar a mi tripulación en el agua?”.

En el agua junto con él va su yerno. El padre de dos de sus nietos. “Estoy tratando de convencer al más chico. El más grande quiere ser técnico en informática. Le digo que no deje solo a su viejo, que cuando hay mal tiempo puede andar con sus amigos, que acá será patrón, no tendrá jefes. Tiene 13 años pero es más alto que yo. Se tiene que decidir… como este trabajo no hay otro mejor en el mundo”.

Nos vamos y volvemos a saltar las tres lanchas para volver a pisar la banquina. El “Lobo” sigue revisando los rincones de la Don Nino, esa lancha que conoce más que a su mujer, y que lo hará feliz mientras lo sostengan las piernas.
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