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“Jamás se respetó un protocolo, la planta era un basural”
Noelia Vivas habla por teléfono con REVISTA PUERTO y cuenta la historia de cómo se contagió de Covid-19, como buena parte de sus veinte compañeros, mientras trabajaba en la planta clandestina clausurada la semana pasada por la Municipalidad ubicada e ...
 

 
Revista Puerto 23-07-2020 - Roberto Garrone Noelia Vivas habla por teléfono con REVISTA PUERTO y cuenta la historia de cómo se contagió de Covid-19, como buena parte de sus veinte compañeros, mientras trabajaba en la planta clandestina clausurada la semana pasada por la Municipalidad ubicada en Alejandro Korn al 3000.

Noelia tiene 36 años, dos hijos que quedaron aislados al cuidado de su esposo y una tos que entrecorta la conversación y no le da respiro. “Los cuida mi marido, que también se contagió pero es asintomático, la pasa mejor que yo”, dice la despinadora de la planta clandestina de Alejandro Korn”, alojada en un hotel mientras transita la enfermedad.

“Ya recuperé el gusto y el olfato; el sábado creo que me vuelven a hisopar y si da negativo, me dan el alta”, cuenta con ansias, deseosa de abrazar de nuevo a sus hijos.

“Alejandro Korn” no es un frigorífico ni una cooperativa. Es un garaje donde un emprendedor montó su planta bajo la complicidad de inspectores municipales que cada vez que pasaron miraban para otro lado.

Noelia hace seis años que trabaja en el lugar junto con 19 compañeros. Los convocaban mediante el whatsapp y con cierta frecuencia; entre tres y cuatro días por semana según la época del año. La cantidad de cajones variaba entre los 150 y 500 cajones por semana. La producción, unas 300 cajas de 20 kilos de filet, salía siempre con destino al AMBA.

El propietario emprendedor de la planta clandestina es Eduardo Ulloa. El responsable junto a su esposa y dos hijos, quienes también terminaron contagiados. “Sospechamos que él (por el dueño) se contagió en uno de los viajes a Buenos Aires donde iba a cobrar el pescado que mandaba. A fin de mes dejó de bajar con frecuencia a la planta (vive en la parte superior) y nos dijeron que estaba engripado. A los pocos días comenzaron a sentirse mal algunos compañeros y el viernes 10 uno de ellos, el más valiente digo yo, nos avisó que le habían hecho el test y había dado positivo”, cuenta Noelia.

“Desde que comenzó lo del aislamiento hubo una sola señora mayor que dejó de venir y el resto continuamos con las tareas habituales. Jamás se respetó un protocolo porque no había. Estábamos hacinados. En el mismo lugar donde nos cambiábamos, el vestuario, tomábamos el cuarto de descanso. Y si llegabas temprano, quizás encontrabas a alguno de los perros durmiendo arriba de los delantales. Hay dos baños pero uno lo usaban para que duerman los perros. Era un basural”, sentenció la trabajadora.

Noelia se hisopó el sábado 11 de julio y el domingo le dieron el resultado positivo. Hasta ese momento no tenía síntomas pero como luego dio positivo su esposo, la mandaron a un hotel. Vive en el barrio General Pueyrredon y asegura que hay muchos vecinos que están contagiados como también en Las Heras, donde viven muchos obreros del pescado.

“Ese sábado como ya varios no fuimos a trabajar, Ulloa convocó a otra gente para cortar pescado. Más de diez personas según me dijeron algunos compañeros pero sin decirles lo que pasaba. Por eso siguen saliendo contagiados de contactos estrechos”, explica Noelia, quien valoró la atención que recibe en el hotel. “Estoy muy bien, pero hay compañeros que están aislados en su casa y necesitan alimentos y no tienen para comer”, advirtió.

La Municipalidad denunció a la pesquera por propagar el virus al no respetar protocolos sanitarios. “El dueño recién se hisopó la semana pasada, creo que el 15. Debería haberlo hecho ni bien se sintió mal y avisarnos a nosotros, pero no dijo nada para que sigamos trabajando. Se comportó muy mal”, dice con una mezcla de indignación y resignación.

Más allá que la planta fue clausurada por catorce días, Noelia no sabe qué será de su futuro. Aclara que Ulloa no le debe ni un peso, pero cree que con lo que está contando, si alguna vez vuelve a reabrir, no podrá trabajar más en el lugar.

“Hace veinte años que trabajo en el pescado y estuve bajo relación de dependencia en Di Costanzo y luego ya todo fue en negro. Pero hay otras fábricas que a pesar que no tienen habilitación, hay un cuidado de la gente, buenas condiciones de trabajo. Acá nunca nos sentimos cuidados ni protegidos. Cuando no fuimos porque nos enfermamos, llamaron a otros, como si fuéramos descartables”, reflexionó la despinadora.
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