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Solimeno Mare, una planta modelo que trabaja al 50 por ciento de su capacidad productiva
La primera vez que recorrí las instalaciones de Solimeno Mare fue en 2005, 2006, camuflado en la comitiva del entonces intendente, Daniel Katz, como periodista del Ejecutivo Municipal. Recuerdo una sola línea automática de producción de empanados y l ...
 
 
Revista Puerto 04-03-2020 - Roberto Garrone La primera vez que recorrí las instalaciones de Solimeno Mare fue en 2005, 2006, camuflado en la comitiva del entonces intendente, Daniel Katz, como periodista del Ejecutivo Municipal. Recuerdo una sola línea automática de producción de empanados y los dichos de Antonio Solimeno. “El pescado entra entero y sale precocido directo para la góndola de un supermercado europeo”. Parecía ciencia ficción.

Pasaron casi 15 años de aquella primera visita y varias cosas han cambiado en esta mole de casi 30 mil metros cuadrados construidos en dos etapas, dedicada a la producción de empanados y rebozados prefritos en base a pescado, pollo y soja, y reproceso de merluza fresca que aportan los tres buques dedicados al recurso: Ur Ertza, Promac y Virgen María.

No existía aún el comedor del primer piso con vista al playón de maniobras de camiones y contenedores, parecido a un McDonald’s con las sillas alineadas a las mesas.

Tampoco los vestuarios donde de lunes a sábado ingresan a trabajar 200 empleados, de los cuales, solo 31 son fileteros. “La empresa no los repone. Teníamos cuatro líneas de corte y ahora quedan dos y media”, cuenta Guido Arruabarrena, ingeniero jefe de planta, quien oficia de guía en la recorrida por el frigorífico.

El viaje arranca en las dos líneas de empanados y rebozados del primer piso. Lo único que no es automatizado es el ingreso de la masa a la línea de producción, en base a pescado, pollo y soja. La fábrica cuenta con un tanque de aceite de 40 mil litros que mantiene una temperatura uniforme a partir de una caldera.

“Producimos unas 3600 toneladas anuales, con un ritmo regular salvo diciembre y enero que baja un poco, mayormente para mercado interno y poco para exportación. Es producto de alta calidad que se obtiene de recortes de las fileteadoras de los buques factoría”, cuenta el Ingeniero.

Pienso en los kilos y kilos de merluza subdeclarada como nototenia en los partes de pesca de los buques congeladores de Solimeno, pero no digo nada. Prefiero seguir con la visita. Me sorprende la poca gente que trabaja en ese sector, apenas 30 personas, en dos turnos.

Recorremos el área de insumos de cartón, bolsas, empaque, etiquetas y también materias primas; pechugas, pan rallado, muzzarella y hasta cartones de vino Termidor. “Hacemos un medallón a la romana que lleva vino blanco”, aclara Arruabarrena.

Los espacios son amplios. No hay olor a frito, no hace calor, no hay ruidos ensordecedores, ni un papel en el piso. Todo luce impecable. Pienso en la fama de pulcritud que tienen los buques de Solimeno y que ese mismo modelo “Tony” lo ha aplicado en el frigorífico.

Bajamos a la planta baja y todavía quedan algunos cajones con pescado fresco sin clasificar. En las últimas horas entraron el Ur Ertza y el Promac, en mareas que tardaron ocho días. La carioca está separada para la industria conservera y un grupo de peones carga cajones con pescado entero en un camión de la empresa 27 de Noviembre.

Luego de un lavado y clasificado por tamaño, la merluza llega a la mesa de los fileteros en cunas de 26 kilos cada una. Acá tampoco hay olor a pescado, característico de cualquier planta de reproceso. El pescado no tiene olor.

“Los fileteros arrojan los residuos por un conducto ubicado al lado de la mesa de corte que termina en una planta de tratamiento que separa sólido de líquidos. Por eso no hay olor”, aclara Arruabarrena.

Solimeno también tiene fileteros en la PyME Irala. De los 80 obreros del pescado que trabajan ahí, 60 son fileteros. Es la otra planta satélite que le queda. Los de las otras pymes, Acha y Juan B. Justo, han sido reagrupados en Ortiz de Zárate e Irala. En Juan B. Justo sigue la obra de remodelación y ampliación para transformarlo en el centro administrativo del Grupo.

“Estamos procesando entre 8 y 10 toneladas por día. Ahora es filet de merluza con piel para Estados Unidos que sale interfoliado en bloque de 18 kilos. Antes hacíamos IQF pero no nos pagan el valor agregado, entonces lo mandamos así”, reconoce el Ingeniero. “Estamos produciendo a la mitad de la capacidad instalada porque son costos muy importantes, el pescado ha bajado y no hay rentabilidad”, acotó.

A un costado de las mesas de corte donde trabajan peones y filteros resalta una línea de producción en acero inoxidable montada pero sin usar. Solimeno la incorporó el año pasado para producir anillas de calamar, pero no dan los costos”, señala Arruabarrena.

Juan Carlos Ontivero es el jefe de Personal de Solimeno. “El nivel de ausentismo es bajo; el año pasado fue el 6%, aunque tenemos problemas con los accidentes, no aquí dentro, sino in itinere; ahí tenemos a varios”, explica.

Solimeno tiene trabajadores con casi 30 años de antigüedad y muy poca rotación, dice el Jefe de Personal: “Lo que incorporamos lo hacemos con una agencia de empleo. Debemos tener entre el 10% y 15% tercerizados bajo esta modalidad”, reconoce.

Fernando Rivera, presidente de CaIPA, viene sosteniendo desde hace tiempo la necesidad de actualizar los convenios para encontrar una figura de temporalidad: un contrato laboral con fecha de inicio y finalización, que si bien figura en el convenio colectivo del SOIP, ningún empresario quiere aplicarlo por temor a que luego haya reclamos para extenderlo y efectivizarlo.

El salario promedio de los fileteros en Solimeno alcanza los 30 mil pesos por quincena. Las envasadoras y peones un poco menos, dice el Jefe de Personal y me aclara que ya no quedan camaristas. La carga de la producción en las cámaras frigoríficas se hace con el zampy. Los únicos que tiran cajones son los peones del pescado que Solimeno vende entero.

El sol del lunes vuelve a pegar fuerte en el cuerpo. Pienso en todas las estaciones del recorrido. En serio, ni olor a frito, ni a pescado, ni un papel en el suelo ni nada fuera de su lugar. Made in Solimeno, con esa sala de máquinas de 6 comprensores para las cámaras de frío, más limpia que el living de mi casa… Este modelo de producción es un espejismo en la industria pesquera local. Una joya del primer mundo anclada en el medio del subdesarrollo.

La industria pesquera debería tender a este modelo. Sería lindo, claro. Pero es difícil que ocurra. Casi imposible. Antes debería solucionar otras urgencias. Que la cadena fresquera pueda generar puestos de trabajo sustentables y de calidad, por ejemplo. Que se terminen las cuevas, las plantas clandestinas, circuitos ilegales que generan informalidad, precarización y competencia desleal.

Pero creo que son dos utopías, una más lejana de alcanzar que la otra. Sobre todo cuando un tercio de las plantas donde se reprocesa pescado ni siquiera tiene habitación de SENASA. Donde la mayoría de las cooperativas son pantallas para precarizar trabajadores, cuando desde el SOIP no hay serias intenciones de actualizar los convenios colectivos a las demandas y realidades de la industria actual.

Solo desde la visión que Solimeno tiene del negocio pesquero, más vinculada a vender alimentos que commodities de pescado, pudo haber cristalizado un proyecto como este. Nadie pone en duda que es un animal de trabajo y hoy debe sentir impotencia por no tener su planta al ciento por ciento de capacidad.

Otros con sus mismas posibilidades, vendieron casi todo y miran la pesca desde el verano europeo, o se pusieron a jugar a ser dirigentes de fútbol y a sumar barcos milagrosos construidos en Armón Vigo. Tony ayer recorría la planta desde temprano, está al pie de muelle antes que llegue cada barco, sea el día que sea, haga calor, frío, de noche o de día. Un loco, es posible.

También es difícil disociar al Solimeno emprendedor, que apuesta e invierte por más trabajo y producción, del Solimeno que trianguló permisos de pesca, subdeclaró millones de kilos de merluza y el año pasado metió al Rasmuss a pescar langostino, un buque fuera de norma.

El esquema de producción de pescado fresco en tierra agoniza y repercute de distinto modo en todos los eslabones de la cadena, según su capacidad de respaldo y/o de precariedad.

Solimeno tiene fichas de lujo en este tablero, que puede sostener a partir de la diversificación con los congeladores y los tangoneros. Otros no tienen esa chance y la crisis les pega más duro.

Es utópico pensar que todos los problemas puedan resolverse de modo de revertir la tendencia y que el sector vuelva a transformarse en un motor generador de empleo.

Solimeno podría producir 8 mil toneladas anuales de empanados y rebozados, agregar un turno, una tercera línea, sumar fileteros, poner en funcionamiento la máquina de producir anillas de calamar.

No lo hace porque no hay ni hubo ninguna señal que fomente el trabajo en tierra, registrado y bien remunerado. Ninguno en realidad, pero esa falta de políticas termina favoreciendo al que negrea y no paga impuestos.

Es una pena, y un cachetazo, para tanta clase política y dirigencial que se llena la boca con las capacidades y oportunidades que puede despertar la industria pesquera, pero que son incapaces de generar las condiciones para reactivar plantas modelo ya instaladas como la de Solimeno.
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