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De la bikini a soguita hasta cuadriplicar la producción de soja
Tengo ganas de seguir compartiendo ideas sobre la enorme competitividad comparativa de la agricultura argentina. Y que le da sustento a la poderosa estructura agroindustrial que le agrega valor a lo que ya es imbatible en la base.

El gran pu ...
 
 
Clarín 24-07-2019 - Héctor Huergo

Héctor Huergo
Tengo ganas de seguir compartiendo ideas sobre la enorme competitividad comparativa de la agricultura argentina. Y que le da sustento a la poderosa estructura agroindustrial que le agrega valor a lo que ya es imbatible en la base.

El gran punto de partida es la siembra directa. Arrancó tímidamente a fines de los 70, y más que nada como una fórmula para sembrar con urgencia la soja de segunda y reducir la penuria del laboreo post cosecha de trigo. Recuerdo a los Marzoratti, unos chacareros muy de punta de Ascensión (norte de la provincia de Buenos Aires) que salían disparados a disquear, arar y sembrar a como dé lugar con sus gigantes tractores de 140 HP. O los Pernicone en Arrecifes. La clave era terminar con la siembra de soja de segunda antes de fin de año, porque después los rindes se desplomaban.
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Como trabajar sobre el rastrojo era muy complicado, muchos lo quemaban. Por eso desde aquellos tiempos se asoció la soja a la erosión. No era la soja, sino la forma en que se hacía. Encima, el control de malezas se basaba fundamentalmente en el primer herbicida preemergente que se usó masivamente en la Argentina: el Treflán (trifluralina). Como era muy fotolábil, había que incorporarlo con rastra de discos. Más pasadas, más gasoil, los gringos contentos con el suelo hecho una harina.

En estas condiciones, la directa venía como anillo al dedo. Menos consumo de gasoil, menos pasadas de herramientas, menos movimiento, menos tractores. Pero no se podía usar más el treflán. Llegó el quimérico Hache 1, un graminicida japonés selectivo para soja, que teóricamente controlaba sorgo de Alepo. Era carísimo, pero era lo que había. No anduvo bien: había mucho rebrote y los que lo vendían y/o aplicaban se cansaron de tener reclamos.

Lo que andaba era el glifosato, pero no se podía aplicar sobre la soja porque la liquidaba. Sí se usaba cada vez más en los barbechos o en pre cosecha de trigo. Así, la directa se iba abriendo paso. Entonces apareció el principio de la “selectividad de posición”. Sí, un antecedente muy concreto de la aplicación selectiva, una extraordinaria solución que se abre paso a gran velocidad en estas pampas. Selectividad de posición era la aplicación de glifosato sobre los tallos y hojas de sorgo de Alepo, cuando superaban la altura de la soja. Fue el boom de las soguitas impregnadas en glifo, la famosa “Bikini” que solo cubría lo necesario. Las soguitas iban por arriba de la soja y mojaban la maleza. Como el glifo es sistémico, con eso alcanzaba para liquidar parte aérea y rizomas. Se vendieron kilómetros de soga y miles de litros de Roundup…
Eco Sniper. Aplicación selectiva de herbicidas, de Milar Agro Tech SRL. presentada en la última edición de Expoagro. Una de las Innovaciones que sorprenden y se proyectan al mundo.

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Hasta que allá por 1994 se supo que Monsanto tenía un gen de tolerancia a glifo insertado en la soja. Se generó un interés fenomenal, que con el tiempo se convirtió en clamor. Clarín Rural se hacía eco de esa demanda. Inolvidables coberturas recogiendo los testimonios de cientos de productores que ya se habían aglutinado en la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), que este año cumple 30 años.

La cuestión es que la presión chacarera fue exitosa. En 1996, prácticamente en simultáneo con los Estados Unidos, tuvimos la soja RR. Producíamos 15 millones de toneladas de soja y parecía que habíamos llegado al techo. Ahora estamos arañando las 60. Cuatro veces más. 20.000 millones de dólares. La Argentina se hizo viable.
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La siembra directa fue la llave maestra. No quisiera imaginar lo que hubiera sucedido si seguíamos el mismo sendero de antes, el de la agricultura convencional y su parafernalia de instrumentos de tortura de los suelos. Bueno, nos hubiera pasado lo mismo que a los europeos, o incluso los propios estadounidenses. Nunca vamos a saber, porque no lo estudian ni reportan, las millones de toneladas de suelo que perdieron este año en el corn belt, con las lluvias torrenciales a la salida del invierno. Hace treinta años íbamos a las universidades de Illinois, Kentucky o Iowa para aprender sobre SD. Los farmers nunca la adoptaron. Algunos apenas hacen algo de “labranza mínima”.

Dicen que la primavera los agarra con los suelos muy fríos, y que necesitan moverlos para que se calienten y poder sembrar. Supongamos que es una razón válida para Wisconsin, Minnesota o las Dakotas. Pero…¿y al sur? En Kansas, Oklahoma, norte de Texas, Arkansas, donde no hace tanto frío y los suelos son lábiles, no hay otra razón que el conservadorismo del farmer y la presión marketinera de los vendedores de máquinas. Hoy gastan de 200 a 300 dólares por hectárea para roturar e implantar un cultivo. Nosotros, la cuarta parte. Y aquí la soja rinde más que allá, el trigo también y con el maíz la vamos empardando. Ahora que aprendimos a fertilizar, la nueva genética de trigo y maíz no tiene techo. Y hay en el pipeline un arsenal biotecnológico muy prometedor. Pronto fluirá el gas de Vaca Muerta, y tendremos la urea más competitiva del planeta. Sólo falta que llegue a las chacras sin la absurda carga impositiva de hoy.
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Todas las herramientas que permitieron esto son de orden mundial. Desde las sembradoras a las pulverizadoras, hoy provistas de botalones de carbono que duplican el ancho de las de hace diez años, con el mismo peso. Inventamos el silobolsa, otra solución en la saga de la agricultura “liviana”. Y vienen más cosas.

Sumemos a esta competitividad lograda sobre la base de tecnología “sustentable” la enorme inversión en infraestructura por parte del sector privado, desde que se desregularon los puertos en los 90. Se levantó la más poderosa agroindustria sojera del mundo. Se están construyendo ahora mismo un par de gigantescos puertos graneleros, para resolver la logística del maíz y el trigo, el alud que está a la vista.

Como para no estar “manija”. Hoy arranca una nueva edición de la Rural de Palermo. Allí recordaremos aquella epopeya de la Primera Revolución de las Pampas, la de la conquista territorial. Y viviremos a pleno esta Segunda Revolución, que es la de la conquista tecnológica.
 

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