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Rastrojos de cosecha: ¿cobertura o recurso forrajero?
En artículos anteriores hemos diferenciado lo que se conoce en edafología (estudio del suelo) como fertilidad física de la fertilidad química. La primera (fertilidad física) está relacionada a la resistencia a la compactación, porosidad (intercambio ...
 

 
El Diario de la Pampa 05-06-2019 - Mariano Fava En artículos anteriores hemos diferenciado lo que se conoce en edafología (estudio del suelo) como fertilidad física de la fertilidad química. La primera (fertilidad física) está relacionada a la resistencia a la compactación, porosidad (intercambio gaseoso), captación y almacenaje de humedad, etc. Para mantener o mejorar la fertilidad física, debemos evitar la pérdida de materia orgánica de los suelos, lo cual se logra con siembra directa, más el aporte de grandes cantidades de rastrojo. Este último está constituido principalmente por el elemento químico carbono, el cual representa más o menos el 58% de la materia orgánica edáfica. La fertilidad química hace referencia a la disponibilidad de nutrientes (nitrógeno, fósforo, azufre, etc.) para los cultivos y microorganismos del suelo. Salvo el nitrógeno, que tiene una vía natural para reponerse en el sistema, al ser fijado libremente del aire gracias a las leguminosas (soja, trébol, vicia, etc.); lo que se conoce en biología como ciclo del nitrógeno. El resto de los compuestos químicos que emplean las plantas en su nutrición están sometidos a un flujo (no un ciclo). Es decir, con una vía de salida sin reposición natural de los mismos. De ser así, con el transcurrir del tiempo y el uso agrícola, tenderían a agotarse los nutrientes provistos por la roca madre que dio origen a ese suelo. He aquí la importancia de los fertilizantes como alternativa para revertir tal fuga de nutrientes, y empobrecimiento paulatino de la fertilidad química de un suelo. Con lo expuesto queda claro que de no fertilizar convenientemente un sistema agrícola, estaríamos practicando la minería, en vez de la agricultura; pues los nutrientes bajarían a niveles críticos de concentración en el suelo, resintiendo la producción futura de ese potrero. Vale aclarar que existen algunas formas poco frecuentes de restitución natural de algunos nutrientes puntuales, como puede ser el fósforo aportado por las cenizas de las erupciones volcánicas.

A mayor producción de un cultivo por hectárea, mayor es la tasa de extracción de nutrientes. Sin embargo toda moneda tiene dos caras, y el hecho de que un cultivo tenga un elevado rendimiento en granos, también generará mucho volumen de rastrojo de cosecha, lo cual contribuye a la fertilidad física. Por otra parte, si el cultivo tuvo una buena performance, seguramente el margen bruto por hectárea permitirá un buen paquete tecnológico, que contemple una fertilización balanceada, reponiendo la mayor proporción posible de los elementos exportados del lote vía granos, cerrando un ciclo productivo sustentable en el tiempo, económica y ambientalmente hablando. Si bien todos los nutrientes son importantes, los mismos se agrupan en macronutrientes (nitrógeno, fósforo y azufre) y micronutrientes (potasio, boro, etc.). Hay uno que lo podríamos calificar como el meganutriente, y es el “carbono”. Este último, por más dinero que se tenga, no se puede comprar en la agronomía y esparcirlo por el campo, como sí ocurre en los demás elementos antes mencionados, como dijimos, gracias a la industria de los fertilizantes. Por ello nos debe preocupar sobre manera el “balance de carbono” de nuestro campo.

Si se parte de una situación de elevado contenido de materia orgánica en el suelo, debemos tener como objetivo de base un balance cero, es decir, reponer, vía los rastrojos, lo mismo que se pierde por un proceso natural, denominado mineralización. Esta se produce básicamente por acción de los microorganismos del suelo. Estos consumen la materia orgánica (detritus vegetales), liberando nutrientes para las plantas y dióxido de carbono a la atmósfera. La labranza o el pastoreo favorecen y aceleran este proceso. Sin embargo es falsa la afirmación que un sistema de siembra directa no es compatible con el pastoreo de rastrojos. Sobre todo en años como el actual, con una coyuntura complicada desde el punto de vista de la cadena forrajera. Lo que sí es correcto sostener es que la siembra directa exige no pastorear los rastrojos más allá de un umbral mínimo de cobertura crítica, que rondaría los dos mil kilogramos de materia seca por hectárea, de manera de poder asegurarnos los beneficios de corto y largo plazo de este sistema de producción.

En resumen y para finalizar, la conjunción de siembra directa, fertilización y rotación de cultivos con fuerte presencia de gramíneas; más el pastoreo racional de los rastrojos, monitoreando el nivel de cobertura (desaparición del rastrojo a causa de la herbivoria), son las herramientas técnicas básicas que contribuyen a lograr un balance cero o positivo de carbono, dependiendo de la situación inicial de la que se encuentre el potrero; evitando de esta manera producir la degradación del recurso natural suelo: verdadero costo oculto que el empresario deberá considerar a mediano plazo.

(*) Ingeniero agrónomo (MP: 607 CIALP) - Posgrado en Agronegocios y Alimentos - @MARIANOFAVALP
 

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