Clarín 01-04-2019 - Gastón Neffen

Gastón Neffen Hace rato que el manejo agronómico de la soja se volvió mucho más fino, por las resistencia de malezas y enfermedades y por la evolución del conocimiento científico sobre el ecosistema en el que se desarrolla el ciclo del cultivo, con foco en las plagas y los organismos benéficos que ayudan a controlarlas.

En una jornada en el INTA Rafaela, esta semana los técnicos del equipo de Protección Vegetal de Cultivos Extensivos mostraron los resultados que están obteniendo en parcelas demostrativas de soja y los analizaron con productores y asesores de esta región de Santa Fe y Córdoba.

“Queríamos que la jornada sirva como un disparador para discutir cuestiones de manejo, con foco en los criterios de decisión para realizar las aplicaciones de control de enfermedades y plagas, que son mucho más amplios y complejos que el famoso umbral de daño”, le explicó a Clarín Rural Germán Schlie, especialista en enfermedades del equipo.
Los productores analizaron los resultados de los ensayos junto a los técnicos.

Los productores analizaron los resultados de los ensayos junto a los técnicos.
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Federico Massoni, experto en plagas, lo resumió en el desafío de trascender el manejo centrado solo en los insumos para evolucionar al paradigma de los procesos, el conocimiento aplicado a cada centímetro del lote, la bioecología de plagas y una clara apuesta para aprovechar las interacciones biológicas que se dan durante el ciclo del cultivo.

Para mostrar las ventajas de este enfoque, su aliado fue un hongo que se llama Nomuraea rileyi. “Nos dimos cuenta que es una herramienta de control biológico muy buena para la oruga de las leguminosas y lo confirmamos con los monitoreos en los lotes”, contó.

El punto es que en las parcelas en las que aplicaron fungicidas, que afectan a este hongo, el porcentaje de control de la oruga fue muy inferior al que logró esta enfermedad cuando se la dejó interactuar con estos insectos. La presencia de esta epizootia se reconoce en los monitoreos por los efectos que provoca en la oruga.
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“Hay que intentar no dañar con las aplicaciones, utilizando productos selectivos, todo el complejo de benéficos (virus, bacterias, arañas, vaquitas, etc.) que controlan las plagas”, insistió Massoni.

En el caso de las enfermedades, también son muchas las variables que hay que tomar en cuenta antes de definir una aplicación. En el centro oeste de Santa Fe, esta campaña -a pesar de que llovió mucho- no fue tan relevante la presión de las enfermedades. “Detectamos tizón, por ejemplo, pero en la recta final del ciclo del cultivo, cuando ya no tenía tanto sentido aplicar”, aseguró Schlie.

El técnico señaló que los criterios para definir no terminan en el nivel de intensidad y el área foliar afectada, y también es importante considerar la evolución de esa enfermedad, las condiciones meteorológicas y el período que transita el cultivo.
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“Lógicamente, si en los monitoreos se detecta roya, una enfermedad que tiene un crecimiento exponencial, la decisión es mucho más rápida que en el caso de tizón”, advirtió.

En la jornada, los técnicos y productores también analizaron la coyuntura de la campaña sojera. En esta región de Santa Fe, los rindes pinta bien y esperan unos 4.700 kilos por hectárea.