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Otro partido que no jugamos
Nos alegra la la noticia de que Estados Unidos autorizó finalmente la importación de carne argentina. Tras 17 años de veda por la condición de país aftósico, el gobierno de Trump anticipó una decisión largamente esperada. Felicitaciones en particular ...
 

 
Clarín 28-11-2018 - Héctor Huergo

Héctor Huergo
Nos alegra la la noticia de que Estados Unidos autorizó finalmente la importación de carne argentina. Tras 17 años de veda por la condición de país aftósico, el gobierno de Trump anticipó una decisión largamente esperada. Felicitaciones en particular al Senasa, ahora dirigido por Ricardo Negri, quien se anotó un gran poroto.

Pero digamos todo. Sin desconocer la importancia de este triunfo, que va más allá del mercado norteamericano, la realidad es que la conducción de Agroindustria le está negando al agro y a la sociedad libar las mieles de un éxito mucho más resonante. Parece mentira, pero un grupo de funcionarios encaramados en el poder se arroga el derecho de decidir lo que los productores pueden o no usar para profundizar la carrera tecnológica. Sí, me refiero al cajoneo del HB4, el evento de modificación genética del trigo exhibido hace diez días por Bioceres.
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Hago nuevamente un “disclosure”: soy socio fundador de Bioceres y aunque conservo mi acción inicial, los continuos aumentos de capital han licuado mi tenencia. Así que más que un interés material, mi motivación es como siempre el impulso a la innovación y a las tecnologías disruptivas. Lo que más me excita del HB4 es que se trata del primer evento biotecnológico desarrollado en el país. Es la gran oportunidad de colocar a la Argentina en el lugar que se merece por su indiscutido liderazgo en ciencias de la vida. De los cinco Premios Nobel que tiene nuestro país, tres pertenecen al mundo de la biología: Houssay, Leloir y Milstein.

Fuimos el segundo país en adoptar semillas transgénicas, apenas unos meses después del lanzamiento del primer gran evento en los EEUU, la soja RR. Recuerdo que en aquél momento hubo muchas dudas, incluso desde las entidades de los productores. En 1996 estábamos estancados en las 15 millones de toneladas. Diez años después llegábamos a las 50. La Argentina se hizo viable, más allá de nuestros desvaríos económicos y políticos. Y todavía lo somos, gracias a la revolución tecnológica del agro, sustentada básicamente en la nueva genética.

Los transgénicos no solo aportaron tolerancia a herbicidas como el glifosato, facilitando la siembra directa y con ella la sustentabilidad de la agricultura más eficiente del mundo, sino también defensa frente a plagas que obligaban a tratamientos con insecticidas. O directamente asumir las pérdidas ocasionadas, por ejemplo, por el barrenador en el maíz. Autorizar el maíz Bt fue otra gran decisión, esta vez del gobierno K (sigamos diciendo todo), aunque resistida por algún sector de la exportación, temeroso del rechazo por parte de algún mercado. Y no pasó nada. Quienes querían maíz no GMO, pagaron una prima que permitía asumir el mayor costo de producción y la segregación, sin que se perdiera ningún mercado.
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Ahora se blande el mismo temor por el trigo. El argumento es que es un caso diferente, porque el trigo va para consumo humano directo. Un funcionario de Agricultura llegó a decir "¿quién va a comer pan transgénico?”, una claudicación ominosa y retrógrada, que abona el camino a los tecnofóbicos.

La realidad es que ya hay muchos eventos transgénicos que entran directo en la alimentación humana. Por ejemplo, la papa Innate (de Simplot) y las manzanas Artic (de Okanagan). Las dos se están comercializando desde hace un tiempo en USA y sirven para reducir las pérdidas, por mayor vida útil en la cadena comercial.

Pero quizá el mejor ejemplo es el salmón de Aquabounty. Este año es el segundo de comercialización en Canadá. Requiere un 20-25 menos de comida que el “wild type” o salvaje, con lo que llega a menor precio al consumidor.

Como en todos los casos, la aprobación se hizo después de costosos estudios que demostraron su inocuidad y nulo impacto ambiental. Lo mismo que se hizo con el trigo HB4, una creación que consistió en incluir un paquete de genes que le confieren al girasol su reconocida tolerancia a stress hídrico y salinidad.

Los temores de Agricultura se centran en el riesgo de que algunos mercados lo rechacen. Se dice por ejemplo que los musulmanes no quieren transgénicos. En Bangladesh se comercializa una berenjena Bt. Bangladesh tiene más población musulmana que la mayoría de otros países y la berenjena es un alimento básico. Hay 120 millones de musulmanes en el país.

El trigo RR de Monsanto fue aprobado para consumo en Colombia y algún otro país de destino de exportaciones.
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El gran mercado para Argentina es Brasil. Bueno, allí ya se autorizó la comercialización de un poroto (género Phaseolus) para consumo humano resistente a un virus. Fue desarrollado por el Embrapa, el organismo oficial de investigación agrícola. Parece que no fue muy efectivo, porque hay otro virus que hace más daño. Pero el antecedente está. Y lo más importante: hace un año liberó la caña transgénica, destinada a combatir el barrenador que diezma los cultivos. El azúcar es un ingrediente que entra directamente en la cadena de alimenticia humana y Brasil es el mayor exportador de azúcar del mundo.

Esto es clave. Brasil es el mayor mercado para el trigo argentino. Lo que plantea la conducción de Bioceres es que se autorice el evento y que se restrinja la siembra hasta que lo acepten los principales mercados. Es lo que se hizo con la soja con el mismo gen HB4, que está liberada pero no se puede sembrar hasta que logre la aceptación de China.

Y además está la alternativa de la segregación, que no es tan complicada como plantean algunos. Muchos productores que ahora están en el gobierno fueron grandes impulsores de la separación de distintas calidades de trigo, para defender su precio en función del contenido de proteína, calidad de gluten, etc. Los exportadores de biodiesel tuvieron que separar la soja con certificado EPA para atender el mercado norteamericano. Kumagro, una empresa del grupo Don Mario, maneja un negocio de soja libre de transgénicos, bajo contrato con productores confiables que evitan la mezcla y no le roban el germoplasma. Se puede.

Si lo hacemos, el país del papelón continuo podrá mostrarle al mundo que hay otra Argentina, que va al frente de la mano de la ciencia y la tecnología en el agro.Si no lo hacemos, es otro papelón, otro partido que no podemos jugar.
 

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