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La historia de Nedo, el camionero que dejó su huella en Palermo
Ayer caía la tarde en el predio de Palermo y el frío se hacía sentir mucho más. Por la entrada de Juncal, Nedo Vicente Anastasio esperaba que le acerquen un ticket para poder ingresar. Era la primera vez, desde el año 61 que, a pesar de conocer a la ...
 

 
La Nación 26-07-2018 - Mariana Reinke Ayer caía la tarde en el predio de Palermo y el frío se hacía sentir mucho más. Por la entrada de Juncal, Nedo Vicente Anastasio esperaba que le acerquen un ticket para poder ingresar. Era la primera vez, desde el año 61 que, a pesar de conocer a la gente de seguridad de siempre, debía pasar por el molinete de la entrada.

Es que Nedo, como todos lo conocen, es el camionero que desde la década del 60 hace los viajes de ida y vuelta de animales de la exposición.
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Con el tranco lento, su gorra y campera de siempre, las manos en los bolsillos (característica de él), fue recorriendo el predio por el que había pasado tantos años. Hoy, como un vecino más paseaba por la muestra, con un dejo de tristeza.

"Nací en Rauch, y los 9 años nos mudamos con mi familia a Egaña, un pueblo cerca de ahí. Cuando tenía 10 años vinimos a la localidad de San Justo, donde mi papá puso un almacén. Solo terminé la primaria, pero fui a las Academias Pitman a aprender a escribir a máquina porque era importante. Después nos mudamos a Llavallol, donde empecé a trabajar con un japonés en una tintorería", recordó.

Por ese tiempo, una tía lo aconsejaba para conseguir trabajo de obrero, pero él no quería saber nada: " Voy a trabajar por mi cuenta", le decía.

Así empezó a vender quesos por la calle, "en esa época nadie te decía nada". Luego un familiar que tenía tambo le ofreció un trabajo. El trabajo consistía en un reparto de leche. En ese tiempo se inauguraba el barrio ciudad Evita (cerca de 5000 casas).

"Ponete en la esquina donde empieza el barrio y cuando hacen la mudanza los vecinos, vos le ofreces leche suelta, me decía, porque la única leche embotellada que había era La Martona. Empecé con 10 litros de leche, que se las vendía a los empleados de la corporación que venían a vivir al barrio nuevo", contó Anastasio. Y agregó: "En una semana ya tenía siete clientes que todos los días le entregaba leche fresca. A los 6 meses tenía 28 tarros de reparto de 20 litros cada uno, como 500 litros de leche".

Luego se sumaron otros barrios y ya cerca del año 53 el crecimiento de Anastasio fue importante. "En la época que faltaba leche la empecé a rebajar un poco para poder cumplir con el reparto. Era tan buena la leche que nadie se daba cuenta, hoy se llamaría light", recordó con picardía.

Durante diez años el dinero comenzó a ser significativo y tomó conciencia que había que ahorrar. Cuando llegó al poder Juan Carlos Onganía, se prohibieron los repartos. "Me di cuenta que tenia que cambiar, era el momento de hacer un giro en mi vida", comentó.

Junto a su primo Santiago, que conocía mucho de hacienda, inició un nuevo desafío: transporte de ganado. Santiago le presentó a gente de la firma Adolfo Bullrich y Cía. que hacía remates los martes y jueves en Tablada.

En 1962, Simón Payva lo llevó a trabajar a La Rural. Por ese entonces cuatro empresas se encargaban del transporte de la hacienda: Degregori S.A, Carganados, Miranda y Ganadec de Payva. "Yo me había comprado un camión, un Mercedes Benz modelo 60. Payva me contrató como fletero de él, yo no conocía ningún cliente y empecé a hacer viajes para él. No le aflojaba, trataba de cumplir siempre. Tenías que quedarte por ahí en Corrientes esperando una llamada en una casilla telefónica, que te den la orden a donde ir a cargar, cortando clavos para que no llueva", rememoró Nedo.

Ser camionero es un oficio fuera de lo común. La soledad se hace presente como compañera de rutas interminables hasta llegar a destino. Cientos de horas al volante, sin compañía, donde la radio y la música hacen que el tiempo y los kilómetros pasen más rápido. Solo en las paradas de descanso, los días se amenizan con otros colegas que están en la misma. Comparten estados de rutas y lugares donde se come bien y o se puede dormir. La vocación de camionero, de subirse al camión y manejar diez o doce horas seguidas, para algunos es herencia pero para otros pasión. No es simple la vida arriba del camión, manejar de noche, con responsabilidad, con lluvias y tormentas y la soledad, de copiloto, que siempre acompaña.

"Como era muy responsable, vinieron a buscarme de la firma Degregori para trabajar. Era la empresa número uno en La Rural. Había viajes a todos lados lados del país y yo me la pasaba viajando", precisó.

Con el paso del tiempo, se hizo de una preciada clientela que con confianza y responsabilidad se supo ganar. "En ese momento, Degregori decide ponerme de capataz, porque sabía manejarme con la gente y los productores empezaron a pedir a la empresa que yo haga los viajes", resaltó.

Como su camión estaba preparado para hacer viajes de caballos de carrera y la firma Adolfo Bullrich y Cía realizaba los remates de los haras de Sangre Pura de Carrera, en el Tattersall , (de agosto a noviembre), empezó a codearse con los mejores haras del país: Menditeguy, el bebé Correa, Charlie Blaquier, entre ortros.

Para 1978 Anastasio ya tenía tres camiones.Un día lo llamó el gerente de la empresa Degregori, Aldo Monchear, y le contó que le quedaba poco tiempo de vida . "Me dijo que ponga una oficinita con línea de teléfono para poder atender a los clientes, porque Degregori iba a desaparecer", recordó el camionero a LA NACION.

Entre consejos le dijo que debía ir a los remates de La Biznaga para hacerse más conocido. "Ahí me relacioné con el mayordomo, Patricio Deheza, que empezó a darme los viajes del campo. Estaba un mes sacando vacas de La Biznaga, en lo de Zuberbuhler, y a transportar caballos de Polo de Horacio y Alberto Pedro Heguy".

"En 1982, con la ayuda de mis grandes clientes logré entrar a la Rural de nuevo, Allí Emilio Pereyra Iraola me dio una mano enorme. Llegué a tener 10 camiones nuevos, crecí demasiado rápido. No dormía, iba a todos los remates. En la logística era un fenómeno pero no supe elegir la gente para trabajar y me estafaron. Mi mujer era una paisana de campo de Cayastá, Santa Fe, su padre era carnicero y ella repartía carne en un carro cuando era joven", comentó. Y agregó: "Somos gente de laburo, no estábamos en los números y empezamos a tambalear. Igual me la rebuscaba para seguir trabajando, la gente siempre me daba una mano, pensaba que me iba a levantar", se lamentó.

El final empezó en la época del conflicto de la resolución 125. Un día lo llaman del Gobierno para que cargue "de prepo" una hacienda, pero se negó: "Nos dijeron que nunca más iba a trabajar si no hacía ese viaje, y mi mujer les contestó trabajaremos de cartoneros si es necesario".

Le embargaron las cuentas en los bancos, y comenzó a tener problemas para pagar las deudas. "Nos fueron desgastando hasta fundirnos. Tenía que cambiar la flota de los camiones y no lo pude hacer. Para pagar las deudas empecé a vender los camiones", dijo.

Trató de seguir adelante pero se hizo cuesta arriba, las últimas dos jaulas embargadas quedaron tiradas en un campo. Un día el hijo de un amigo que tiene camiones le dijo que veía en él la imagen de su padre, que le organice los viajes de hacienda y le daba un porcentaje. "De eso vivo. Pero el año pasado ya no pude seguir en la Rural", señaló.

"Tengo mucha gente que me quiere. El valor más grande de una persona es que después de transitar tantos años los clientes me abren las puertas de su casa como amigos", concluyó con una sonrisa entristecida.
 

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